martes, 28 de octubre de 2008

Chávez, y la lectura del poder, o viceversa: el poder de la lectura, y Chávez

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Hace años se viene instalando entre muchos venezolanos que conozco una fórmula simple para analizar la política nacional: si te gusta Chávez lo defiendes y si no, lo atacas. Fin del asunto. Cualquier duda te ubicará en la acera contraria o, peor, en un limbo. En un hoyo negro. Chávez ha acumulado mucho poder. Secuestra culpas y méritos. Casi todo lo que ocurre es su responsabilidad. Si el país está bien, es por él y su gobierno. Si está mal, también, aunque a veces entran en juego lugares comunes como el imperio, la derecha y las oligarquías colombiana, boliviana o venezolana.

Esto, bien pensado, puede tener consecuencias positivas. Hace tres años, durante la celebración de esa verbena encantadora llamada Foro Social Mundial, mi amigo Lope supo convencer a una turista neohippie de su admiración por el presidente, que había hecho todos los esfuerzos para construir el Metro de Caracas enterito para ellos. La mujer, enseguida, se enamoró. De Lope, del Metro y de Chávez. Lope tiene una orientación política definida, apunta siempre al centro, hacia ese lugar exacto que se ubica entre las piernas de las chicas. Digamos que en ese momento ejercía la diplomacia. No sé si logró tener sexo con la extranjera, pero de hacerlo, ¿quién puede negar que una mínima cuota de responsabilidad sobre ese polvo le correspondía al presidente?

Hoy en Tal Cual, un periódico opositor (vuelva al primer párrafo para aclarar el punto), se reseñan –como a diraio, supongo– vicios, catástrofes, y datos disfrazados. Abuso de poder, corrupción, crisis financiera, ajusticiamientos y paramilitarismo son algunos de los rasgos trágicos con los que se define al país a partir de la gestión del actual gobierno. Entre el largo y rabioso etcétera de esas noticias, acusaciones o insinuaciones; un párrafo aparentemente inocuo me hizo volver a leer. Es un artículo de opinión de Marianela Lafuente. Dice:

"Según la Oficina de Planificación del Sector Universitario, los bachilleres que aspiraban a la educación superior en 2008 eran 380.000, menos del 2% de la población: una élite privilegiada, el futuro del país..."

(Esta frase es una trampa, el porcentaje que cuenta es sobre el número de potenciales aspirantes, no sobre la población total de Venezuela. Resulta absurdo meter en un mismo saco a los menores de 15 años, a los que ya obtuvieron un título universitario, a los que estudian en la universidad en este momento, y a los abuelos que hace rato dejaron de pensar en la academia como una opción para salir adelante). Sigo, aquí viene lo que quiero:

"...Pero ni siquiera ellos (esos 380.000) saben leer y escribir. Los resultados de la Prueba de Aptitud Académica de 2007 son contundentes: 90% fue reprobado. En Amazonas, Cojedes, Anzoátegui y Guárico, sólo 5 de 30 preguntas de lectura fueron bien respondidas. No más de 8 respuestas correctas en todo el país". Fin de la cita. Aunque no me cuesta creer que esto ocurra, es espeluznante. El analfabetismo funcional y el cretinismo moral son como hermanos que se cogen. O para atar mis desvaríos: son como Lope y la extranjera del Metro.

Cada cual en su parcela sabrá ubicar al responsable. Yo me pregunto si el binarismo en el análisis político estará ligado a la falta de lectura, y también, de cara a los próximos años, si a alguien en el poder, efectivamente, le interesará leer a los otros, o que los otros lean.

viernes, 24 de octubre de 2008

Clases de softbol / Crónica de un partido trascendental +

Fotografías: Francesco Spotorno


Primera parada: estación del Metro Los Símbolos. 1:30 pm. Es sábado. Un evento de vital importancia para algunos está celebrándose a pocos kilómetros: juegan Los Compadres contra el Sindicato Bolivariano de Trabajadores en una de las semifinales del torneo de softbol del Banco Industrial de Venezuela. No todos Los Compadres son compadres entre sí, y los representantes del Sindicato no pertenecen necesariamente a él, pero está claro que todos trabajan en el banco. Los últimos se abrevian el nombre: Sinbotbiv. Y a la postre se llevarán la victoria bajo un torrencial aguacero.

En esta crónica alguien gana, alguien pierde, y llueve, pero todos gozan. El juego comenzó hace media hora y Miguel Flores espera en Los Símbolos con su camisa a modo de uniforme –número uno en la espalda bajo la tira del bolso verde, cruzado– y una gorra con el nombre de su proyecto, como si fuera un equipo. Ese proyecto es su empresa y su empresa es su vida: un portal digital dedicado exclusivamente al mundo del softbol en Caracas que se llama liderbate.comtu boxscore digital.

El socio de Miguel, José Peralta, aparece en su Chevrolet Corsa plateado –un jugador de primera– tocando la bocina. Su hermano se llama Antonio y es amigo de la infancia de Miguel. Todos viven en El Cementerio, donde crecieron jugando cualquier cosa que se pareciera al béisbol. Ninguno juega esta tarde, pero van al estadio a pasar el rato y a recoger algunas estadísticas para la página web. Antonio debe rozar los cien kilos, viste sandalias de cuero, una franela negra sobre una gruesa cadena de plata y una gorra blanca. Todos usan gorras. La postura de Antonio descubre su prominente barriga. “¡Es un gran jugador!, y además es entrenador”, me comenta Miguel en secreto, “lo que pasa es que ahorita la liga donde jugamos está parada por remodelaciones”. “Aunque el equipo está armado”, completa Antonio, que se ha acercado con determinación “tenemos todo completo: nuestros uniformes, y hasta hemos sido campeones”.

Para la cultura general, el softbol nace de un juego similar al béisbol llamado Kitten Ball, en 1887, se juega por primera vez en Chicago, Estados Unidos; edita sus reglas oficiales en 1916, y en 1933 adopta su nombre actual. Los partidos de softbol duran siete inings o una hora cuarenta y cinco minutos, lo que ocurra primero. Pero para que sea legal, cuenta Miguel Flores, el juego tiene que haber pasado los cinco inings completos. Asunto importante, valen los empates. Y también la muerte súbita: perder por quince de diferencia en el tercer ining, por doce en el cuarto o por siete en el quinto, significa que se acabó el asunto. Es lo que se conoce –a préstamo del boxeo– como nockout fulminante.


El estadio de softbol donde Los Compadres se juegan la vida ante Sinbotbiv queda en el Círculo Militar. Está flanqueado por un área social con cafetín y muchos espacios verdes. Allí se ubica un público familiar poco nutrido pero con buenos pulmones. Se distinguen el buen ánimo y la sed, a juzgar por las cervecitas que ruedan de mano en mano y el servicio de Jhonny Walker –keep walking and play– que disfrutan cinco compañeros de un equipo que ya jugó.

Hay unas cincuenta personas, aunque no todas atienden concentradas a lo que pasa en el campo: cierra el cuarto ining y gana el sindicato 7 a 4. De un bate sale una línea disparada al center field y el defensor, que debe medir al menos un metro noventa, se adelanta tanto para buscar la bola en el aire que se pasa. Tiene que estirar su largo cuerpo y con él su brazo para intentar alcanzarla. Brinca y falla. La pelota cae y parece que va a haber una jugada en la goma. El corredor choca contra el catcher y una fanática grita emocionada: “Ajá, lo tumbaron, por pasao. Bien hecho, no juegue. Sí, anótate otra pues…”. La mujer es risueña, por lo tanto se podría decir que celebra entre risas al borde del terreno, protegida por una cerca enorme, y también que disfruta mientras se come un pastelito de los que venden en la cantina, junto a una lata de Pepsi Cola –pide más, ahhhh.

El coordinador de este espacio es Luis Mujica, un señor fornido, aunque pequeño, que esta tarde viste una camiseta del Liverpool, el club de fútbol inglés, y unos zapatos Nike –just doit– sin medias. Tiene un bolígrafo en la mano para llevar las anotaciones del juego. Suma 35 años trabajando en el mundo del deporte aficionado y además de coordinar el Centro de Desarrollo El Laguito, bajo el mando del Coronel Brígido José Cortesía, también es Secretario General de la Asociación de Béisbol del Distrito Capital.

Mujica trabaja sentado sobre una pequeña silla, dentro de una oscura y calurosa garita de dos metros cuadrados. Desde allí apunta todo lo que ocurre en cada uno de los seis partidos diarios que se disputan en esta cancha. En su juventud, este señor participó en la Liga Interobreros, que él define como la pionera del béisbol amateur en Venezuela: “Jugué con un equipo que se llamaba El Cóndor, pero al que después le cambiaron el nombre y llegó a ser Los Buitres”, rememora. A su lado está el joven que controla la pizarra electrónica. Ninguno pierde detalle del partido. Más allá hay un pequeño radio, sobre un Meridiano –el diario deportivo de Venezuela– desde el que sale la voz de Hugo Chávez. Está en cadena nacional y habla sobre la selección nacional femenina de softbol: “Yo las amo. Yo las quiero. Yo las admiro”.

En Venezuela existe una Federación Venezolana de Softbol, pero ellos se encargan únicamente de los peloteros de alta competencia. Según Miguel Flores, este juego se practica en muchos lugares y eso es aprovechado comercialmente, por eso resulta mejor dividirlo en categorías: Clase C, para cualquiera, donde destacan los borrachos y los gorditos. Clase B, con un nivel medio y mayor velocidad en los lanzamientos de los pitchers. Y Clase A, que es el deporte serio, de alta competencia, con viajes largos y mejores salarios. A la Clase A, por ejemplo, pertenecen nuestras últimas abanderadas en los Juegos Olímpicos de Beijing, que no pudieron clasificar a la segunda fase, pero sí se ganaron, según reporte de la agencia AFP, la medalla del cariño en China.

La llamada Clase C define a las populares “caimaneras”, y es la que más se practica en Venezuela. De ahí que las ligas, que cobran por cada equipo que se inscribe, comenzaran a abrir cupos para todos con un eufemismo: ya no es una Clase sino una pequeña palabra disfrazada de inclusión: Modificado. Ese es el estilo y quiere decir que el lanzador puede ser un as del pasado, un grande liga que está de vacaciones, un gordito “que la pone bombita”, o un prospecto que se recupera de una lesión.

“Ahí entran todos, el que juega muy bien y el que no sabe jugar también. Por lo menos hay un equipo que es el Seniat –dice Miguel Flores– donde juegan ‘El potro’ Álvarez, Luis Raven, Marlon Roche y Melchor Pacheco, puros peloteros profesionales”. ¿Y cobran? –pregunta ingenua. “Claro, y ganan”, contesta Miguel. Y después de una pausa agrega: “les paga directamente el Seniat, pero eso es legal”.

Miguel sabe lo que es cobrar por sus servicios. Sobre su espalda carga con el peso de haber lanzado hasta quince juegos semanales durante varios años para ganarse unos churupos extras, lo que a sus escasos 26, edad dorada para cualquier pelotero estrella, se traduce en una hernia discal producto de una sobrecarga de trabajo. Luego de 4 meses lesionado, está a punto de operarse. El lanzador es la pieza más importante en un equipo de softbol y para él no hay limitantes, puede jugar en cuantos equipos desee, siempre y cuando no pertenezcan a un mismo torneo y sea capaz de cumplir con todos sus compromisos.

“Te luciste”. “Sigue”. “Ensúciate”. “Vamos Alexis, vienes tú”. Los amigos y familiares que no pasean ni se distraen frente a una bebida en la mano, aúpan como pueden. Son las semifinales, es importante. Empieza a llover más fuerte. Sinbotbiv está ganando 9 a 7, pero para que el partido sea legal hay que jugar al menos cinco inings. Si no escampa, suspenden el partido. Si lo suspenden habrá que comenzarlo todo de nuevo en otra ocasión. Eso cuesta mucho tiempo, muchas emociones, mucho sacrificio, muchas cervezas. “Al menos los domingos hay un sancocho que es buenísimo”, dice José Peralta. “Aquí también se viene a hacer relaciones”, asegura Miguel, “yo me voy a poder operar gracias a un contacto que hice con la gente de los Seguros Sociales, que tiene un equipo aquí”. También vienen magistrados, y oficiales del ejército, la marina, la aviación. Tema para otra crónica. En esta llueve duro, alguien gana, alguien pierde y todos gozan. El terreno de juego está en pésimo estado por el agua, pero han llegado al sexto ining, así que hay juego legal. Ganadores y perdedores se despiden enchumbados y con la moral en alto. Lo dieron todo. Ahora van a refrescarse en la cantina, y mañana a ver sus fotos en liderbate.comtu boxscore digital– para esperar al vencedor entre el difícil equipo de la Caja de Ahorros y la aguerrida y poderosa Auditoría.



+ Este texto fue publicado junto a otros mejores en la sexta –y última, por ahora– edición de la revista Plaza Mayor. Creo que la final la ganó la Caja de Ahorros.

sábado, 18 de octubre de 2008

Mapa de palabras

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Las 100 palabras que más se repiten en este blog. No entran artículos ni preposiciones ni conectivos ni esas cosas que solas no dicen algo o intentan decir muy poco, como “No” (334) y “Pero” (145).


La obviedad conjunta: “Noche” (38) y “Siempre” (38).

Dos batallas para tener en cuenta: “Tengo” (17) Vs. “Tenía” (15) y “Ahora” (37) Vs. “Después” (37).

Sobre la dualidad de la que todos hablan: la “Vida” derrota a la “Muerte” (29) a (15).

“Mujer” se repite en 23 ocasiones y “Mujeres” en apenas 20. ¿Se dan cuenta? Tampoco soy como dicen.

Algunas sorpresas: “Sexo” (13), “Fútbol” (9), y “Borracho” (5) son poco empleadas.

Otras de interés: “Caracas” (27)”. “Tiempo” (24). “Amor” (21). “Libertad” (17). “Libro” (12). “Desnuda” (8). “Lengua” y “Cuerpo” (7). “Ron”, “Deseo”, “Política” y “Placer” (5). “Salud” (3).

Si quieren aplicar el de ustedes vayan a http://wordle.net/

viernes, 17 de octubre de 2008

De Las edades del sexo: historia pseudo porno de un muchacho de pueblo

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15 Vs 28 (apropiar es invadir o viceversa)

Se hacía el dormido, o trataba de dormirse, pero es que las nalgas de su prima, una prima que venía no sabía a cuenta de qué, que era más bien algo así como prima de su papá o una amiga de la infancia de su papá, pero que en todo caso era lejana, estaba de vacaciones en casa porque ella era de Upata y él de Guri, pero ahora vivía en Ciudad Bolívar, donde hace más calor y las cosas son más cercanas, más pobres, más feas. Y era época de vacaciones o ella se acababa de divorciar de su marido que la maltrataba, le pegaba en público y le daba nalgadas delante de sus amigos y una vez hasta se atrevió a arrancarle la blusa delante de todos los que bebían en su casa y después se puso a reír y le gritó que se fuera al cuarto inmediatamente y se pusiera otra maldita blusa y que si no le gustaba que se largara y eso fue lo que hizo y por eso estaba ahora durmiendo a su lado, con las dos nalgotas lisas y tibias casi envolviéndolo, quitándole el sueño que, generalmente, no le faltaba.

Lo primero que hizo fue abrazarla. Y tocar, poco a poco, porque no veía nada, pero sí escuchaba: escuchaba su respiración y sentía cómo su pecho se levantaba cada vez más, un poco más alto, con más fuerza y con mayor rapidez, y eso era sinónimo de algo que podía percibir como unas ganas. Luego la besó, o la olió primero y después la besó, por la cabeza: ella estaba de espaldas a él y se volteó y lo colocó sobre sí y comenzó a hablarle tan bajito que él no entendía la mitad de sus palabras, pero extrañamente se encontraba allí, sobre esas tetas desnudas, unos senos más bien pequeños, pero consistentes y llenos de pecas, aunque él, con la luz apagada, no podía verlas bien.

Ninguno descubría la edad del otro, pero era evidente que había una gran diferencia, quizá fue esa la razón de que su abuela decidiera que Carlita, la prima, dormiría con él y no con el tío: no mijo, qué va, yo sé cómo terminan esos cuentos, y mi casa no es hotel de naiden, no, no, no me jodan, coño, no señor. Y ahora él encima absorbiéndole los pezones marrón claro, elevados, porosos, cilíndricos y gordos, y esa aureola enorme y un poco más oscura que era casi todo el seno y los presentaba como el pináculo de una noche calurosa –el ventilador estaba dañado– pero estremecedora. Literalmente estremecedora. Y tocando sus muslos, sus nalgas, su espalda, sus pies, su abdomen flácido, como de gelatina blanca, su cuello, sus orejas, la rayita del culo, la pepita del culo o esa vaina que está allí y que él siempre había llamado el nies, o el niéjel, porque ni es el culo ni es la cuca; esa zona donde están los músculos del suelo de la pelvis, donde el esfínter es capaz de apretar si se le activa violentamente. Y lo hacía como si nada, como si estuviera acostumbrado, o era eso lo que quería creer, porque para ella era evidente su inexperiencia en todo, aunque sentía algo que la encantaba.

Carlita se sacudió con ímpetu, estaba ardiendo, arrancó la franela con la que dormía, también sus pantaletas y abrió sus piernas en tijera para que el primito chupara lo que quisiera. Era como un pequinés faldero y correlón al que no terminan de salirle los dientes. Y él no sólo chupó lo que quiso, sino que evaluó la situación con su mirada y esperó el tiempo justo para metérselo adentro, bien adentro, y comenzar a bailar un calipso afortunado que recordó de una fiesta de la noche anterior, lo que pareció enloquecer a su prima, que comenzó a gritar y a revolverse sobre las sábanas, apretando sus manos –él podía jurar que le vio brotadas las venas– sin importar que su abuela durmiera en el cuarto contiguo y que su tío, seguramente, estuviera espiando desde la ventana.

La cuca de Carlita era la vaina más recargada que hubiese podido imaginar. Tenía pelos por todos lados, un pelambre negro oscuro, denso, abundante, incluso desde el nies, o el niéjel, casi hasta el abdomen, y un olor como a ácido de batería que salpicaba a veces sobre su rostro. Estaban en lo que ella le llamó vuelta canela (un nombre tan ridículo como innecesario) que no era otra cosa que sexo oral mutuo, simultáneo. Él se cansaba, ya le había metido la almohada en la boca al menos tres veces. Ahora se hacía paso entre esa especie de crin enorme con sus dientes, abría los labios de la vulva con los dedos medio e índice, e introducía su lengua e imaginaba que era otra vez un calipso de furia el que sonaba y se ponía a moverla tratando de imitar la mecha de un taladro, y ella no aguantaba, quería gritar pero se frenaba, sentía que el ácido de batería era el de la boca de su primito, que la estaba quemando por dentro y que su cuerpo debía andar por los 44 o 45 grados centígrados y por eso estaba a punto del delirio, y los muslos le temblaban, y veía o sentía cómo ahora él le daba nalgadas, pero no como las de su ex marido, que le pegaba en público, sino unas nalgadas que le sacudían hasta las pantorrillas y eso también le gustaba. Tomaba su pene con unas manos débiles y jugaba a las formas, una horqueta, un caño, lo sacudía hasta quince o veinte veces mientras veía luces o estrellas o neuronas incendiadas, y lo sobaba y decía, primito, primito, qué rico, ay, ay…


Ilustración cortesía de la divertida y siempre sexy Nathaly Bonilla aka Lemurasesino
Una dibujante de los andes: todo corazón.

martes, 7 de octubre de 2008

I. Cartas a Andrea

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4 de julio–

Hola Andrea. 

Hoy te di en tu ausencia tu primera puntada con un hilo transparente y brillante que te encantaría. Cae como una cascada y, en ocasiones, se torna verde como el mar. Sobre lo extraño que te comenté en mi última carta que te dejó tan intrigada, te digo que tranquila. 

Tranquila chica. Chiquita, chiquitica. 

No es que pasa algo del otro mundo. 

Pasa sólo que me estoy leyendo un libro que no tiene que ver contigo, no tiene nada que ver conmigo, siquiera, o quizá sí, pero no. No tiene nada que ver con nosotros, ni de cerca ni de lejos, pero te apareces en sus líneas y me saludas, te transformas en uno de sus personajes, el mejor, el que fue creado para dibujar los sentimientos del protagonista, que es un loco, un valiente como no lo soy yo, y me tomas de la mano y me besas y me llevas hasta un mar de mentiras que queda en un cuarto, pequeño, como espiral, y me introduces en tu vientre, que es de tela, y nos volvemos tela ambos y entonces ya somos uno y no te puedo olvidar. Es algo raro, porque ya vuelvo a escuchar música clásica y esta vez andaba vestido y sólo buscaba el sueño, y lo conseguí sin darme cuenta, pero sé que ya dormido, cuando en la madrugada no había historias, pensaba en ti. Y te quería de regreso, como siempre y entonces abría los ojos y trataba de olvidar el día y, a veces, de recordarlo. 

Es un libro, estoy seguro, que te encantaría o rechazarías o ni de una ni de otra (ya vez que tan seguro estoy de nada), pero es un libro tonto, corto, escrito como con ganitas por alguien para un tipo extraño, o a lo mejor sin tantas ganas, sino de puro ejercicio, pero la cosa no es el libro. La cosa eres tú, mujer, o mejor, tu imagen que se aparece sin permiso mientras leo eso que ni te pertenece, ni me pertenece, ni nos pertenece. A fin de cuentas, nuestros podrán ser bares y besos, y alguna que otra particularidad, como tus siete rosas o una pelea de continuo o una deuda de ganas o un almuerzo, o toda nuestra vida y mis vivencias y tus cuadros, que es lo mismo, o al menos como si lo fuera, pero ya. Entonces digo que es raro, porque las letras salen solas y no me importa lo que pongo, y eso que estoy un poco cansado.

La cosa, entre otras, es que quisiera verte y tenerte, y darte como calorcito. Quisiera que estuvieras aquí y morderte la boca, que tantas veces digo. Quisiera apretarte y que te fueras, no importa, pero tú sabes, por lo menos un abrazo y ya después ahí uno mete la manito por debajo de la franela y siente un gustico como rico y cree sentirse satisfecho aunque sabe que no y que en el fondo siempre se quiere más hasta ver los desechos de la tela, que es como gruesa y seca, pero única. Espesa. Ágil. Rugosa. Adictiva al tacto. Rugosa y ágil. Espesa. Parece otra cosa pero se siente a seda. Un extraño telón de imágenes que nos cubre el rostro y somos nosotros mismos, hasta separarnos y volvernos a besar. Hasta ver el sueño de los dos cuerpos dibujados sobre un colchón, que puede ser de mil maneras porque la cosa son los cuerpos y no el colchón, dormidos, fundidos, descansados o descansando, satisfechos ahora sí. Hermanados de sudor en una noche que no se sabe ni cuándo ni cómo llegó. Con una sonrisa tenue, completa, que apenas se dibuja y que es más grande que los propios cuerpos, llenos de regocijo. Y la respiración. Cuerpos esperando un azul o un naranja de dibujo en un lienzo que, acabamos de descubrir, es la misma tela. 

Nada del otro mundo. 

Un libro que nada nos toca, no tiene que ver con lo que te escribo aquí y no es siquiera tan bueno, como a ti te podría parecer. 

De ahí salió todo, pero ya ni sé por qué. 

Es algo raro. 

Igual no lo he terminado, aunque es de leerse en una hora, sin exagerar, así que cualquier cosa te vuelvo a escribir algo. Un beso. Te quiero y te sigo esperando. Tu muñeca pregunta por ti de vez en cuando y me mira con ojos tristes, en ocasiones siento algo de lástima porque sus pestañas parecen humedecer mi vida cuando la veo, y recuerdo las paredes y mi cama, ese día y noche, y mi caballete. 

Max.

martes, 30 de septiembre de 2008

Diario. 2999


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Texto escrito y enviado por Juan Carlos Eurea.





11/I
En alguna calle de Catia, Caracas. 6:30 pm, nubes, vientos suaves.

No es de noche aún, la luz del sol se apaga como el eco de un mal pase. Voy caminando y veo rostros que muestran más que el sucio acumulado durante el día. Un sentimiento de profundo pesar consume a los hombres de bien. A tus amigos, Balzac, los burgueses.

Pareciera que en las sucias calles se bañan los perros y luego viene la gente a verse en el reflejo de las charcas. Hay unos vagabundos que se pelean por un rincón limpio de un nuevo edificio. Pelean encarnizadamente hasta que uno de ellos pierde y saca su cuchillo, buscando la manera de enterrarlo en el abdomen de su contrincante de turno. Pasa todos los días. Siempre llega la muerte. Incluso para mí. Pensando en esto, pongo a sonar “Corporal Clegg” y espero a que caiga alguien que será devorado por quienes aún viven, la carne de alguien que acaba de morir es tierna, jugosa y calida y esponojosa. Un trozo de carne, para traficarlo y así salvar el día, o ganar algún favor, o para algún rito que abra cualquier umbral que dé a las calles actuales donde el pulso empieza a calmarse y las cadenas que chillan al ser arrastradas por el suelo ya no me recuerdan mi presidio, pues el ruido logra disimular y un largo eco que no puedo distinguir; hasta que las luces de un Galaxie 500 color rojo me escandila, mientras el chofer, que ha clavado los frenos, saca la cabeza por la ventana y comienza a insultarme y yo no entiendo nada y no veo un carajo. Me falta oxígeno. Paso por un callejón, veo unas siluetas, me acerco un poco. Una pareja de homosexuales, uno de ellos arrodillado, lamiendo la verga de quien está de pie y recostado sobre una pared que tiene un afiche que tiene una foto del papa Benedicto. Me pareció que se había tragado el semen, el otro sumergido en su orgasmo. Paso. No me ven. La vagina de Stefi. Su maldito sabor. Salada. Sanguínea. Ese sabor húmedo, de un gusto… prefiero olvidarlo todo y seguir caminando, caminando, caminando. Olvidar la frenética carrera al olvido y la nada. Prefiero concentrarme en la avenida Rómulo Gallegos.

11/I Urbanización Altamira, Av. Rómulo Gallegos. Casa Rómulo Gallegos. 8:42 pm, no hay brisa, cielo despejado.

En el CELARG hay una maldita presentación de libros. Voy acercándome. Comienzan a reconocerme, o más bien, pensar que soy alguien conocido; aunque ninguno podría decir a quién les recuerdo. Mejor. Los periodistas y sus bayonetas. Nadie ha podido matarme. Me decepciono. Sigo caminando. Me invade una inconmensurable; pero tranquila arrechera, que me obliga a clavar la mirada en el suelo y evitar, en lo posible, establecer alguna clase de contacto. Soy un soldado sin guerra y escupo fuego. Veo un televisor donde sale un video de música donde aparece, no sé, creo que Julieta Vanegas, y tiene sus manos extendidas y de ellas salen mariposas y flores que se me antojan girasoles y me río, pues no puedo concebir nada más gay que eso, incluso, es una imagen cursi, propia para cualquier chica que sigue creyendo que el amor, al menos lo que ella cree que es el amor, existe.

12/I El Trasnocho. Recital de… 8:15 pm Acaba de llover, brisa fría.

Estoy sentado, en una mesa grande, un panel, lleno de gente que reconozco pero prefiero no darme cuenta que estoy aquí con estas personas. Nadie se ha dado cuenta; pero me he puesto mi iPod, nuevamente, donde escucho “The Celebration of Lizard” me doy cuenta de que me duelen los riñones. Estoy enfermo. Mi doctora me ve y se lee en su expresión: “este jovencito ya está bien jodido”. Me bebo la copa de agua. Necesito una cerveza. Necesito comer. Estoy vencido, así que me entrego a lo que sea que se esté dando. Después de todo, debo cumplir con lo que vine hacer, es decir, leer unas cuartillas que he compuesto en alguna madrugada hace como quince días. La gente parece luciérnagas que iluminan nuestros egos ya inflados. Siento la cicatriz de mi pecho, no la toco; sólo la percibo. Recuerdo el hospital de campaña. Tan oloroso a sangre y pólvora. El olor a muerte. ¡Carajo! En las batallas, sí que me sentía vivo! Deseo que amanezca, a pesar de que ni siquiera son las ocho. Gaby llega y se sienta atrás. Me siento apoyado. Al fin llegó la caballería. La Valkiria. Me anuncian y no veo a ninguna parte, y aplauden, y comienzo a leer y me concentro en leer, nada más importa.

Uno de esos fantasmas salen a decir lo que siempre dicen y me ordena que haga literatura, que escriba “cosas literarias”, mi respuesta es simple <¿y qué rayos será eso?> porque todo lo que era la literatura, todo lo que se conoce como literatura, se ha ido, ha desaparecido. Se ha esfumado en su manto de poéticas, estéticas, de discursos y disertaciones que nadie entiende y que a nadie le importa, de “cuidado con lo que dices”, de respeto al lector, de sujetos postmodernos problematizados tratando de de quebrar o imponer algo que apenas puede concebir. Como tengo mis propias palabras, soy mi propio centro. Escribir se ha convertido en un vuelo que se prolonga con la misma crueldad de un muro infinito.

Entonces me pongo a pensar en que uno de mis reiterados pensamientos matutinos es que quizá mi tiempo en este mundo ya se agotó. Cada día que pasa es un regalo, una ofrenda de libertad, entonces pienso que me duermo sintiendo que mis manos se abren como las nubes. No me doy cuenta y ya ha terminado esta tertulia. Me invade cierto pánico porque no sé qué más dije, sobre todo me asusta ver la cara de una chica a la que me gustaría invitarle una botella de sake y ver qué pasa. Mi Mont Blanc, pesa, me recuerda que estoy firmando autógrafos y le pido el nombre y ella me dice > y me pregunto si es la misma jeva que salía con mi amigo Ernesto, lo que pasa es ando con Gaby (o será que ella anda conmigo?) y no me gusta andar mezclando vainas. Le firmo su cuestión, me da las gracias, se voltea, se va, llega Gaby con una taza grande de café, que humea bien de pinga. Las cosas que estoy viendo parecen estar muertas. Y es entonces cuando empiezo a sentir un poco de malestar, me lleno de tristeza y me siento como cuando uno está en una fiesta y aún así, no puedes dejar de sentirte miserable.

Hablando de fiestas, esta noche (o sea, cuando salga de esta vaina) voy a un desnalgue, a una depravación, a un coje culo inaudito, un fósforo encendido dentro de un ataúd enterrado en su última morada. Preciso es morir.

En la puerta de su edificio encuentro a Andreína. Ella, siempre viendo a todos lados. Nadie nos ve. Vamos agarrados de la mano. Y yo le digo cualquier mierda poética que me viene a la cabeza y la emocione y me permita besarla, meterle mano, divertirme con sus colores rosados. Al llegar a la plaza Brión, notamos que había por allí en la misma onda. Todo un movimiento: ganyeros, ponketos, gallos, menores, etc. Nos sentamos en un banco solitario, la veía de perfil y ella veía a la gente, distraída. Entonces metí mi mano debajo de su minifalda y comencé a acariciar su sexo, cuando se puso húmeda, comenzó a mostrar vergüenza y trataba de respirar tranquilamente; pero yo no la dejaba: quería que gimiera. Trataba de detener mi mano; aunque en realidad lo que hacía era afirmar el ritmo. Su piel estaba caliente. Una lenta marea inunda mis manos y ella se sumergió en mis hombros para emitir libremente diversos gemidos. La ciudad se duerme. Pensé que su cuerpo iba a succionar mi mano, más adentro y profundo, lo suficiente como para que mi alma no escape.

14/I PH Edif. Altagracia. Quinta transversal de Los Palos Grandes. 9:16 am, vientos frescos, nubes.

Las horas pasan sin dejar de recordarnos el aburrimiento que implica vivir en estos tiempos y en estas ciudades. La vastedad de todo, el vacío de los lugares, aniquilamiento de los encuentros y aunque fuera posible un nuevo camino, los días siguen iguales, y todo parece irse de las manos y los días cambian justamente para que todo siga igual. > me dice la compañera de turno, luego de haber fachado, con la prontitud necesaria como para conjurar un momento de angustia.

Hoy es un buen día. Suena “June Afternoon” y no habría posibilidades de que me sintiera mal. Intento decidir algo, pero más que decidir, trato de no escoger alguna jugada estúpida. Mi desconcierto es total, pues no entiendo cuál sería el problema. Las luces de la ciudad tienen sonidos que a lo lejos encallan en el olvido. Está amaneciendo.

<¡¡Hey!! ¿Qué haces aquí?> Amanda había llegado a su apto. Venía del gimnasio. Sudada, bella, en licras, con olor… a… vida. > solté. <¿Quééé? ¡¿Cómo?!> respondió ella, no sabiendo si horrorizarse o brincar de la emoción. <Definitivamente estás loco. Además tienes una cara de sueño que no te la quita nadie>. Me puse de pie y comencé a verla fijamente. > le dije, a ver qué sale. > ella, como quien no quiera la cosa. <Bésame> dije con suave firmeza. Ella se me acercó y dejé que me besara. Un beso ahí, normalito; pero sus labios, sus carnosos labios con sabor a cacao, recordé el fondo del mar. Le dije par de versos donde metí lo del fondo marino y aunque le gustó el asunto, sé que no entendió lo del mar. Pasamos a su casa. Me preguntó cómo era eso de escribir. Le expliqué lo básico: uno ve, busca palabras que expliquen lo que uno ve, y luego anota todo eso. Ella me preguntó si yo creía en lo que hacía. Nunca le iba a decir que sí. Más bien le dije que dos versos que le susurré al oído le trajeron algo de felicidad. Ella sonrió. <Siempre trae algo bueno> y dije esto, con la mirada perdida, viendo a través de la ventana.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Ahora resulta que soy artista. Y latino.

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La muestra se llama Beyond the unveiled frontier. Inaugura a las 7:00 pm de este sábado 27 y cierra a las 3:00 am del domingo, con acento latino y todos los presentes achispados entre las burbujas del vino. Dicho en criollo, ya que la traducción del título de la exposición es –según el Junior, mi intérprete personal– "Más allá de la frontera develada", los panas van a verse, a mentirse y a rascarse. Y la excusa es que todos los "artistas" pertenecemos a un país ubicado al sur de los Estados Unidos.

La invitación nos llegó gracias al pana Oscar Lobo, aka Changkú, que hace las veces de curador y productor de la expo. Estarán presentes las revistas plátanoverde y 2021 Pura ficción, entre otras muestras.

¿El lugar? La Galería Box Eight, en Los Ángeles, California.

Salud.






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Oscar Lobo.
Fotógrafo, cineasta, curador, fumador, jodedor, buen amigo.





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Portada del número 4 de la revista de literatura 2021 Pura Ficción.


En ella hay textos del chileno Eduardo Cobos, el peruano Iván Thays, el venezolano Luis Enrique Belmonte y el puertorriqueño Luis López Nieves. Las fotos de esta edición son de Lisbeth Salas (ella es universal).

Antes publicamos a Pedro Lemebel y Alejandro Zambra (Chile), Natalia Moret, Andrés Neuman, Juan José Becerra, Cecilia Szperling y Daniel Link (Argentina), Efraim Medina Reyes y Hector Abad Faciolince (Colombia), Marcelo Carneiro Da Cunha (Brasil), Ricardo Riera, Juan Carlos Eurea, José Ernesto Viera, Héctor Bujanda, J.M. Guilarte, José Antonio Parra, Alberto Barrera Tyszka y Ana María Khan (Venezuela).


sábado, 20 de septiembre de 2008

Prefacio (¿Cómo hacer un libro?)

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Un libro se hace de dolor y desamparo. De algunos errores también: de la imposibilidad de no escribir, que es el mayor error que conozco. De insomnio y gracia. Hay personas que creen que un libro se hace de historias y otras que piensan que un libro se hace de sonrisas. A esas personas les digo: no sean estúpidos, esos libros no se hacen, esos libros no existen. Hay palabras para hacer libros, pero nadie las consigue. Se perdieron entre los puños de los escritores pegadores. Tengo un amigo que divide a los escritores en tres: fajadores, estilistas y pegadores. Así, un estilista es J.M. Coetzee. Un fajador es Henry Miller. Un pegador es Kafka. Un estilista puede ser Juan Carlos Onetti, aunque liquide sus peleas en los primeros rounds. Y un fajador puede ser Alfred Jarry. Un pegador, en cambio, es total. Un pegador es Borges, un pegador es Dostoievski, un pegador es William Shakespeare, dice mi amigo, que conoce poco de boxeo y mucho de libros. Un estilista es, o puede ser, o pudo haber sido, William B. Yeats. Un fajador: Osvaldo Soriano. Un pegador: Juan Rulfo. Juan Rulfo es Rocky Marciano. No, Juan Rulfo es mejor que Rocky Marciano. ¿Quién es, entonces, Edgar Allan Poe? ¿Qué tipo de oscuro y perfecto boxeador sería? Raymond Carver y Antón Chejov son únicos. Cada uno es el mandarriazo de Roberto Durán directo a la mandíbula. Son las manos de piedra alzándose en señal de victoria. Dylan Thomas es un fajador, Malcolm Lowry es un fajador, Charles Bukowsky es un fajador. Todos tienen el cerebro abollado y pierden antes de empezar a pelear, pero combaten como animales, ellos son el espectáculo. Si Luigi Pirandello fue el Nino Benvenutti de la creación literaria en su país (ganó 82, empató 1, perdió 7), Julio Cortázar podría ser una especie de Carlos Monzón en el suyo, o viceversa. ¿Yasunari Kawabata? Le pregunto de repente a mi amigo, como para sacarlo de sí. Él piensa y hace un ademán con el dedo, se frota las manos. Es un estilista, me dice, un estilista sensacional. No sé, le respondo, nunca vi una pelea suya. ¿Qué más, qué me dices de los boxeadores de ahora? David Foster Wallace es un fajador comprometido. Mario Bellatin y Alejandro Zambra son las actuales promesas del boxeo estilístico en Latinoamérica. Marchan invictos. Villoro es un buen fajador con un súper equipo de relacionistas públicos y Bolaño un pegador al que arrolló un auto. Como ves, sigue mi amigo, los pegadores nunca sobran, ellos aparecen de tanto en tanto para mantener vivo el deporte… ¿Y quién es Mohamed Alí? Lo interrumpo para ver si ya antes ha ensayado esta conversación, o al menos esta respuesta. Cervantes –y esta vez me responde sin titubear– era tan bueno que peleaba con una sola mano. Mi amigo es gruero. Conduce una grúa. Asiste a los accidentados de las carreteras oscuras. Me dice que prefiere a las mujeres, pero que eso no quiere decir que le tema a los hombres. Mi amigo sufre de insomnio, por eso me llama en las noches, para conversar. Para hablar de libros, de viajes, del azar y de una tal Cinthya, que también es mi amiga. Mientras él habla, yo duermo. Mi amigo cree que su situación es circunstancial, pasajera. No sabe lo que le va a pasar, como todos. Pero yo sí. Por eso escribo este libro. Hace poco llegamos a un acuerdo. Más que un pacto, se trató de una coincidencia. Coincidimos en algo: un libro se hace de atrevimiento y también de imágenes que vuelan. Sobre todo de imágenes que vuelan en la noche.


domingo, 14 de septiembre de 2008

Nena

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He visto a alguien amarme con todo lo que había al alcance, incluyendo el miedo. Soy testigo de entregas y también de aprender a callar cuando el otro no tiene razón. Es una medida eficaz para comenzar nuevas discusiones y nuevos abrazos. También estuve presente todas las veces que me vigilaron el sueño. No puedo probarlo, pero sé que con cada mirada mi corazón se hizo más fuerte. Participé en competencias, trabajé mucho y fui a fiestas. Besé a mujeres como tú y recibí algunos premios. Me fajé a trompadas, tuve que correr, y antes abrí regalos bajo un árbol artificial de navidad como un niño inocente y tierno. Lloré unas tres o cuatro veces por año, todavía me emborracho con facilidad, me aburro sistemáticamente y no dejo de estudiar a amigos de amigos de otros amigos: he sacado muy pocas conclusiones, lo que tampoco quiere decir que con eso haya acertado en algo. Soy el autor anónimo de unos poemas vergonzosos y el culpable de que haya personas que te quieran sin que todavía las conozcas. Poco más. Me refiero a que no me sobran las certezas, pero creo firmemente que todas las veces que no pienso en tus piernas, en tus brazos, y en cómo será tu pecho cuando se hinche y se desinfle, pierdo el tiempo de forma vil e insensata. Quiero que sepas, nena, que cuando conocí a cierta persona que ya verás, supe que tú podías existir y que eso le daría un vuelco a mi vida. No me frené, al contrario: seguí adelante confiado y pese a los tropiezos propios y ajenos, he llegado hasta aquí. Tengo más de un año pensando en ti, escribiéndote cartas a escondidas, viajando para contarte que soy un tipo que no se detiene en parámetros formales de oficina y coleccionando cuentos que, de seguro, no serán de tu interés. Quiero que me veas atractivo, arriesgado, cómodo y contento. Quiero que me quieras, que nos queramos y que sumemos en esta peña a cierta persona que ya verás. Cuando la veo a ella, te imagino. Cada vena de tu hermoso y frágil cuerpo es un estímulo para mi vida. Créeme, a pocas semanas de verte, necesito escribir que estoy excitado. Tu grito al verme será una extensión de mi sentido en este lugar, y en este momento. Después podrás cerrar los ojos y abrazarme hasta quedarte dormida. Al menos un ratito. Yo dejaré que me protejas con ese escudo invisible que traes, que me envuelvas con tu aroma a mujer dulce, que me enseñes a amar con todo lo que tenemos al alcance. Mientras todo esto comienza, nena, al lado de cierta persona que ya verás, amamantándote.

Tu padre, que espera emocionado.




domingo, 7 de septiembre de 2008

La pornografía o el cuento del nunca acabar

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En plátanoverde se publicaron alrededor de doscientos trabajos, no todos periodísticos, no todos investigativos, no todos sobre música, no todos buenos. Y algo quedó claro, conseguimos lo imposible: fracasar en el mercado editorial con firmas de la talla de Eugenio Montejo, Carlos Monsiváis, Juan Villoro, Enrique Vila-Matas, César Aira, Mario Bellatin, José Roberto Duque, Efraim Medina Reyes, Boris Muñoz, Andrés Neuman, Edwald Scharfenberg, Alberto Fuguet, Edmundo Bracho, Fernando Iwasaki, Pedro Lemebel, Hugo Prieto, Fabrizio Mejía Madrid, Ednodio Quintero y Daniel Link, entre otras. Es como tener la plantilla de los New York Yankees o el Real Madrid y llegar segundos.

En medio de esto, fue una joven desconocida quien escribió el texto que más me gustó entre las mil trescientas páginas de contenido en cinco años (con el perdón de mis amigos Parra y Chuchi): Carolina Rodríguez Tsouroukdissian. Fue un ensayo que hizo para la edición número 12 que dirigió Jorge Sayegh y, cómo no, tiene que ver con la pornografía.

A continuación lo reproduzco con algunas imágenes que bajé de la web.


Érase una vez

I

La mujer está parada y mantiene su pierna izquierda alzada en posición de patada de kárate: 180 grados de apertura, el torso casi horizontal. Pero no va a patear a nadie. Al menos no por ahora. Una criatura con cuerpo de hombre y cabeza de lobo introduce la punta de su pene en ella. Él también está de pie, la ve a ella abierta, esforzada: recibiéndolo. Se recrean sin hacer ruido, ni siquiera se les escucha respirar, pero la posición debe ser buena, ya que no se despegan desde el año 5.000 antes de Cristo. Cabe destacar que se trata de un dibujo hecho sobre piedra durante la época del Neolítico, que ahora observo desde la página nueve de un libro de historia.

Paso el dedo por encima de la ilustración y la brillante página rechina y pienso que es la mujer emitiendo los sonidos inevitables. Según el libro, éste es uno de los dibujos eróticos más antiguos. Se encontró en un lugar llamado Ti-n-Lalan, cerca de Fezzan, en Libia, África. Para estas fechas (5.000 a.C.) ni siquiera se había inventado la escritura.

Enseño el dibujo a varias personas y obtengo distintas respuestas:

–Oye, voy a probar esa posición (28 años, abogado, ceja izquierda levantada).
–Mmmmejem. ¿Quieres que te prepare algo de almorzar? (75 años, abuela de tres, manos sobre las rodillas).
–El otro día yo también dibujé un perrito en el colegio (6 años, estudiante de segundo grado, mastica galleta).
–¿Qué tal?, el tipo está disfrazado de lobo, eso me gusta (30 años, licenciada en Artes, se acomoda el cabello detrás de las orejas).
–Los hombres prehistóricos dibujaban esas cosas porque no tenían estructura mental, la estructura mental es una cosa tan bella (47 años, maestra de primaria, dedo índice en la sien).

La historia de la pornografía comienza igual que un cuento infantil: hace miles de años, en un lugar remoto de la Tierra. Los arqueólogos señalan que nació en el Paleolítico Superior (38.000-9.000 a.C.) en las cavernas donde habitaba el hombre primitivo. Allí aparecieron los primeros dibujos de personas desnudas teniendo sexo. En las pinturas de esta época los penes son tan grandes que se confunden con piernas, las figuras están de perfil y no existe la tercera dimensión: miras la ilustración y no ves a dos personas copulando, parece que ves a dos personas copulando a las que les pasó una aplanadora por encima. Una suerte de cubismo no premeditado, sino accidental.

De este mismo período es la venus de Willendorf, tatarabuela de las conejitas Playboy con unos 30.000 años de antigüedad. Esta estatua, de apenas 11,5 centímetros, muestra a una mujer desnuda orgullosa de sus kilogramos, que luce su gran barriga como un órgano sexual, una suerte de ecuador que demarca el círculo máximo de placer.

Los arqueólogos españoles Marcos García Díez y Javier Angulo explican que el hombre comenzó a representar su sexualidad a partir del momento en que aparearse dejó de ser un mero acto reproductivo y pasó a ser algo placentero.

Desde tiempos remotos hasta la actualidad hay temas que parecen repetirse: sexo oral, anal, vaginal, orgías, tríos, zoofilia, sadomasoquismo, fetichismo, exhibicionismo, masturbación. Aunque también es cierto que las diferentes etapas de la historia han impregnado a la pornografía de personajes, indumentarias, medios de expresión, escenografías, corrientes estéticas y discursos políticos particulares. Por ejemplo, cada época ha tenido sus prototipos de estrellas porno, que si se pusieran en fila india conformarían un grupo más heterogéneo que los de los comerciales de Benetton.

En la tradición grecorromana y egipcia, además de personas, abundaban animales y deidades, quienes aparecían teniendo sexo en murales, escritos y vasijas de cerámica. Los griegos produjeron, entre los siglos IV y V a.C., cantidad de jarroncitos con dibujos picantes. Algunos muestran a hombres copulando con ciervos, hombres copulando con hombres, tríos, orgías, y hay uno que exhibe a una mujer corriendo orgullosa con un pene gigante bajo su brazo, cual pan francés. Estas vasijitas, que se vendían con éxito en el mercado mediterráneo, fueron en su momento el equivalente del Betamax, el VHS y el DVD, por lo que ocupan un puesto importante dentro de lo que ha sido la revolución de los formatos en la industria porno.

De la misma época es el Kamasutra, obra escrita en el siglo IV a.C. que marcó un hito pues logró, a través de la palabra, una tridimensionalidad en la forma de presentar el sexo, aún desconocida en la pintura. Se considera como el primer manual de posiciones.

En la religiosa edad Media –la época del llamado amor cortés– una de las estrellas porno más emblemáticas de la pintura erótica fue el diablo. Sus intervenciones iniciales eran tímidas. Aparecía metido en la cama de alguna noble dama a la que trataba de seducir mientras dormía.

Pero después, gente como Miguel Ángel le asignaría nuevas tareas. Un detalle de la Capilla Sixtina muestra a un hombre con cachos de diablo y expresión agónica metiendo su puño dentro del ano de un sujeto musculoso de sonrisa retorcida.

Durante la Revolución Francesa, el arte erótico se pobló de soldados que, la mayoría de las veces, aparecían follando en situaciones no planificadas. Nunca en una cama. Siempre en la sala de estar de alguna distinguida dama, en una pradera solitaria, en un camino de tierra. También era frecuente verlos en orgías de más de diez personas. Libertad, igualdad, pero sobre todo fraternidad.

Proliferaron también en el siglo XVIII ilustraciones sadomasoquistas, muchas de las cuales se hicieron para los libros del Marqués de Sade: mujeres amarradas con cuerdas, niños procurando sexo oral a torturadores, mutilaciones. Estos dibujos eran escenificados en salas llenas de estatuas, muebles refinados y techos altos con sistemas de polea que servían para colgar a la víctima como si fuera una piñata.

Como una expresión artística cualquiera, el erotismo no es, por supuesto, una exclusividad occidental. El Kamasutra es la obra decana de la sexualidad, no sólo debemos considerarlo como el primer manual de posiciones, sino como el best seller de autoayuda de todos los tiempos, porque su contenido es también un tratado de las relaciones de pareja en sociedad. Asimismo, en Japón, durante los siglos XVII y XIX, estuvo muy de moda el “makurae”, el equivalente al “animé” actual, pero sin colegialas. Y en el Imperio Incaico, antes de que los conquistadores españoles importaran la Inquisición, la tribu Mochica se especializó en reproducir toda clase de encuentros íntimos en los públicos jarrones de barro que se usaban cotidianamente para conservar el agua o servir el licor de maíz fermentado. Si eras una cholita y te servían un coctel de jojoto en una vasija cuniligus, ya podías imaginar las intenciones de tu galán.

La historia demuestra que la pornografía ha estado presente desde siempre como una prolongación de nuestra libido. Las prolongaciones: una vieja maña humana. Nos gusta ver cómo las partes de nuestro cuerpo toman vida en objetos externos. Las piernas en los automóviles; los ojos en las cámaras fotográficas; el cerebro en las computadoras. Y el deseo sexual en la llamada pornografía.

II

El significado original de la palabra pornografía –de raíz griega– aludía a los escritos sobre las prostitutas antiguas. Sin embargo, en 1860, durante la época de la reina Victoria de Inglaterra, fue redefinida como sinónimo de obscenidad. Y ésta es la acepción que ha prevalecido en los diccionarios modernos.

“Representación de conductas obscenas en libros, revistas, fotografías, películas cinematográficas, videos y otros medios con la intención de provocar excitación sexual” (Enciclopedia Hispánica, pornografía).

Nunca se sabe quién define qué en los diccionarios. Pero el que decidió que pornografía era sinónimo de vulgaridad, terminó de plantar la semilla de una larga discusión sobre su diferencia respecto del arte erótico, que incluso se trasladó a la esfera legal.

En los primeros años del siglo XX se aprobaron leyes que prohibían la difusión de todo aquel material que se considerara indecente desde el punto de vista sexual. Al mismo tiempo, cientos de miles de ejemplares del pequeño Larousse escolar salían de las imprentas con la nueva definición victoriana: pornografía f. obscenidad.

Este veto se extendió hasta bien entrados los años sesenta. Pero después de dos guerras mundiales, la carrera armamentista, la crisis de los misiles, las matanzas en Vietnam, la revolución sexual hippie y el Mayo Francés, la industria porno logró la legalización, además, en un año bastante pornográfico, 1969. Estados Unidos y Dinamarca fueron los primeros. Francia tuvo que esperar hasta 1975.

En adelante salió a flote toda una industria que había venido trabajando en la clandestinidad. Destacan las pornos de cine mudo A free ride (1914) y On the beach (1915), que se veían en selectos clubs privados llamados smokers; cintas animadas como Buried treasure (1924-1933); y films eróticos como Keyhole silhouettes (1930), Hula Tease (1940) y Smart Aleck (1951).

El primer número de Playboy también salió antes de la legalización, en 1953, al igual que los primeros nudis, films donde el sexo ocurre en paisajes naturales: la cosquillita que da el roce con las plantas, el cuerpo contra la arena, el mismísimo océano entre las piernas, escenas que marcan los inicios del llamado género soft, explotado luego por Russ Meyer.

Todas estas producciones que nacieron jugando al escondite antes del año 1969 fueron incluidas en History of blue movie (1970), el primer documental lícito sobre la historia del porno. Y, unos dos años después, sucedió lo que tenía que suceder:

–Mi problema es que no disfruto el sexo, doctor.
–Continúe.
–El sexo tiene que ser algo más que cascabelitos. Quiero escuchar campanas.
–La examinaré, abra las piernas.
–Sí, doctor.
–¡Señorita Lovelace!...parece que no tiene clítoris.
–¿¿¿Qué???
–Espere, quizá lo tenga en otro lado. Abra la boca.
–Sí, doctor.
–Déjeme ver… ¡Allí está! ¡Lo tiene en la garganta!
–¿Qué se supone que haga ahora?

El generoso médico se bajó los pantalones y le dio instrucciones a la insatisfecha señorita Lovelace.

–Agáchese…abra la boca, procure tragarlo todo, hasta la base…exacto…así…así

Minutos después llegaron las campanas. La dócil paciente jamás había experimentado un orgasmo. Se sintió tan agradecida y feliz que decidió asumir eso de la chupadera como ocupación laboral. Éste es el argumento de Garganta profunda (1973), película de Gerard Damiano que marcó la pauta de lo que sería el cine porno, en términos de tiros de cámara, planificación y guión.


Fue con Garganta profunda que la industria entendió su verdadero potencial económico. Esta cinta supuso una inversión de 24.000 dólares frente a una recaudación de seis millones. También, gracias a este filme, el cine X se llenó de close ups genitales.

Durante los setenta, la explosión mediática se hizo sentir y el mercado se llenó de nuevos títulos. El porno pasaba a convertirse en un producto de consumo masivo, estilo jabón de baño. Ya no era un privilegio de élites, como había sido desde los tiempos antiguos. En estos años se bailaba disco music y la gente usaba pantalones bota ancha, pero también estaba de moda follar como John Holmes, Linda Lovelace, Georgina Spelvin, Ron Jeremy y Marilyn Chambers, las estrellas más populares de la industria.

Los entendidos consideran que las mejores películas del género se produjeron en esta época, de la mano de directores como Damiano, De Renzi y los hermanos Mitchell. Además de Garganta profunda, destacan El diablo en la señorita Jones (1973), Tras la puerta verde (1973), La resurrección de Eva (1973) y La historia de Joanna (1975).

Luego llegaron los ochenta envueltos de esa sonriente estética del ejercicio. Lo primordial era la Lycra. Todos usaban bandanas en la frente. Y la música: si ésta no servía de telón de fondo para trotar, era desechable. Los zarcillos eran triangulares y la complejidad sólo podía estar presente en la forma de vestirse. Todas las demás cosas de la vida debían regirse por un criterio de practicidad, incluso la pornografía.

Por eso se impuso en la industria el llamado Star System, con el cual el cine de autor propio de los setenta se convirtió en un escombro del pasado. Los guiones desmejoraron, también la calidad dramática de las producciones. A partir de 1983, lo importante era vender. Y, para ello, bastaba con incluir en el reparto a los pechos más populares del momento. La estrategia funcionó: el éxito en ventas fue un hecho, que además se vio apalancado por la llegada del video. Ahora los amantes del género podían ver sus peliculitas desde el sofá. Ya no tenían que salir de casa jorobados y con lentes oscuros a un teatro de cine porno.

Pero, en estos mismos años, el floreciente sector recibió tres duros golpes: la actriz porno Shawna Grant se suicidó en 1984; el FBI descubrió que Tracy Lords, otra figura importante de la industria, grabó más de 100 videos siendo menor de edad; y, más adelante, en 1988 el famoso John Holmes descansó en paz junto a sus 30 centímetros de masculinidad por culpa del Sida.

III

Se calcula que la industria pornográfica global mueve unos 57.000 millones de dólares al año. El rubro más importante es el de los videos y DVD (35%), seguido de la prostitución (19,2%), las revistas (13,1%), los clubs de bailarinas (8,7%), las líneas calientes (7,8%), los canales por suscripción (4,3%), los portales web (4,3%), el material en CD-ROM (2,6%), los juguetes sexuales (1,7%) y otros ítems (2,6%).

Estimaciones recientes indican que los ingresos totales de este sector son mayores que la suma de las entradas netas registradas por todas las franquicias profesionales de fútbol, béisbol y básquetbol, lo que coloca al sexo como el verdadero deporte rey. Estas cifras fueron obtenidas del portal web familysafemedia.com, cuyo eslogan dice o, mejor dicho, reza: proveyendo soluciones de control para las familias preocupadas por la presencia de lo profano, lo promiscuo y lo violento en los medios de comunicación. Nadie sabe más de la industria porno que sus detractores.

La influencia de la pornografía, como fuerza de mercado, ha sido tan grande que se ha sugerido que Betamax perdió la guerra de los formatos frente a VHS, debido a que la llamada industria de entretenimiento para adultos escogió la segunda tecnología en vez de la primera, que se suponía era técnicamente superior.
Se piensa que los productores triple equis también jueguen un papel importante en la escogencia del próximo estándar de DVD. Un artículo publicado en Reuters dice que “la multimillonaria industria de la pornografía distribuye 11.000 títulos en DVD al año, lo que le da un tremendo poder en términos de decidir entre las dos tecnologías (Blu-ray Disc y HD-DVD) que compiten por convertirse en el formato de las nuevas generaciones”.

Es tanto lo que se produce, que ya se habla de más de 100 subgéneros. Muchas de las nuevas tendencias comenzaron a aparecer con la llegada de la videocámara, la cual puso el poder creativo en la gente normal: ésa que se echa champú todas las mañanas y va para el trabajo. Ellos eran ocurrentes y no demasiado bonitos. Pero ellos inventaron el Porno amateur.

Se trata de producciones caseras que lograron penetrar un mercado que ya estaba hastiado de ese cine de clones de los noventa, donde todos lucían igual, gemían igual, cogían igual. Las grandes distribuidoras se dieron cuenta de que la textura hogareña de este nuevo material gustaba a la gente y sirvieron de puente para su comercialización. Ver a Ginger Lynn fornicando es interesante, pero ver al vecino puede serlo aún más. Y estos videos eran como ver a la inquilina de arriba por un huequito. Ése era el sabor.

Este filón “hágalo usted mismo” cobró mucha más fuerza con la expansión de Internet. Hoy en día, personas que necesitan redondear sus ingresos crean sus propios sitios webs de porno en vivo, en los que hacen lo que la ciberaudiencia les pide a través de los foros: muérdele el trasero, ahora métele el dedo por atrás, voltéala y cójetela, ahora acábale en los ojos. Muchos de estos portales de sexo hecho en casa cobran una suscripción, otros generan ingresos a través de publicidad. Se estima que unas 5.000 parejas hacen esto en los Estados Unidos, logrando elevar sus ingresos anuales de cinco a seis dígitos.

Si bien los principales consumidores de porno son hombres, ésta es una industria que depende mucho de la mujer. Se estima como normal que una actriz del género logre contratos de 50.000-70.000 dólares al año, que no estipulan más de cinco días de trabajo al mes. Cinco días de trabajo duro de grabación y el resto libre. Aunque están las que por su demanda y fama pueden cobrar hasta 13.000 dólares por semana. Cifras basadas en el mercado porno norteamericano indican que las mujeres ganan tres veces más que los hombres por cada escena de sexo. Además, ellas deciden con quién quieren trabajar y qué cosas no están dispuestas a tolerar de su contraparte masculina: si me metes el dedo en el culo te pellizco un testículo. Y los hombres tienen que hacer caso, pues ellos están allí más como vehículo que como estrellas. El video se va a comprar es por las mujeres que aparezcan. ¿Quién usa a quién en la industria?



Los hombres lo tienen mucho más difícil. No es sólo que ganan menos, sino que mientras la mujer puede fingir, ellos deben mantener una erección durante toda la grabación y además eyacular bajo comando del director frente a un equipo de producción que no hace más que mirar el reloj porque quiere irse a almorzar. Por la industria ha pasado toda clase de gente. Victoria Zdrok, galardonada estrella porno de origen ucraniano, no sólo es abogada, psicóloga y terapista sexual, sino que en 1989, cuando tenía 16 años, fue la primera adolescente soviética a la que se le permitió ir a Estados Unidos como estudiante de intercambio y en calidad de embajadora de buena voluntad del glasnost y la perestroika.

También está Asia Carrera. Ella es de Nueva York y sabe excitar a los hombres, pero además estudió piano, a la edad de 15 ya se había presentado dos veces en el Carnegie Hall, y pertenece a Mensa International, la más grande, antigua y conocida agrupación de personas con alto coeficiente intelectual. Y por qué no mencionar a David Cummings, militar retirado estadounidense que decidió convertirse en actor porno a sus 54 años. Actualmente, produce, dirige y protagoniza videos en los que aparece fornicando con bellas mujeres que tienen la mitad de su edad. Gana 140.000 dólares al año por este concepto y dice que su éxito se basa en que él representa la fantasía de todo hombre maduro, pues es bajito, gordito y feo.

En Venezuela, tenemos que el rubro de la industria porno que más dinero mueve es el de los prostíbulos y locales de bailarinas exóticas. Más allá del video quemado de Roxana Díaz, las líneas calientes y las revistas Urbe Bikini y ahora Playboy, en nuestro país no existe una industria del porno, menos aún de video, por la extendida piratería.Lo que sí hay son talentos de exportación, que protagonizan cintas eróticas de distribución internacional, como Victoria Lanz y Johnny Montoya, quienes han sabido conquistar al público europeo con todo menos su inteligencia, lo que no es poco decir.

Si la historia de la pornografía comienza como un cuento de niños, hace miles de años, en un lugar remoto de la Tierra, no termina igual, pues colorín colorado este cuento no se ha acabado: el porno tiene más de 40.000 años con nosotros y no hay nada que apunte a su extinción.