sábado, 29 de diciembre de 2007

El concierto

Héctor Lavoe salió dando tumbos, con unos pantalones blancos que caían abajo como campanas, unos zapatos blancos, una correa blanca y una camisa blanca manga larga que estaba algo manchada cerca del cuello, usaba un sombrero rojo, o más bien vino tinto pero desde donde estaban Boris y sus amigos, quizá también por el efecto de las luces, Gabriela lo veía rojo, igual que Anibal y Cifuentes. El sombrero lo usaba ladeado y apenas llegar al final de la tarima, se agachó con dificultad, levantó su mano derecha y gritó Mi gente, pero pensaba que estaba en Colombia. Esto me lo dio mi pana Pedro Navaja, dijo, y comenzó a tararear una canción. A la la la la la, que cante mi gente. El corito dice así.

El mamadeo se sacó la mano de la boca, aplaudió con fuerza e invitó a bailar a una morena color argento, color madera quemada, color noche de costa que pasaba frente a él. Era un poco más alta y debía tener casi 30 años, pero aceptó la invitación, y se juntaron y hasta cerraron sus ojos por más de 9 canciones, y el negro Aníbal se reía y golpeaba al gato para que lo viera, y decían, este es mi pupilo, carajo, mientras Boris atenazaba a Gabriela y subía su mano por encima del sostén, y trataba de apretar todo su cabello en apenas un puño sin hacerle daño, y de bailar con los pasos perfectos, vueltas precisas, ni una pirueta de más, sin gambetas innecesarias o recortes que lo hicieran parecer ridículo o exagerado, y también estrujaba sus párpados, un poco para evitar que el sudor entrara a sus ojos, un poco porque lo hacía sin fijarse, y no podía dejar de voltear a la tarima con esa sonrisa estúpida que aún no le permitía saber si la razón era la chica en sus brazos con la banda en vivo, o el sonido de la flauta que jugaba, o la descarga de los cueros con su papá bastante lejos como para mandarlo a dormir, o la piel sudada o el dolor en los pies, o todo junto y el orgasmo acéfalo que comenzaba a correr como una serpentina en su entrepierna y a manchar su interior de licra amarilla, que se había puesto porque quería tener suerte esa noche.

Y la estaba teniendo, a juzgar por el jamón hasta el culo, como decía la amiga de Cifuentes, que se estaba dando con Gaby, y porque arriba ya empezaba la improvisación de las Estrellas, con Lavoe haciendo de sonero, Ray Barreto perdido en un bochinche con Celia, riendo a carcajadas, y Yomo Toro alineándose con un invitado especial de esa noche: Cachao, que estaba en el bajo. Lo demás lo ponía Palmieri que se había podado la barba justo antes del concierto, o al menos eso creyó Boris, quien salivaba y jadeaba a unos 20 metros de la tarima y seguía cegado de emoción.




Marianela, la amiga del gato, tomó confianza y se guindó del cuello de Aníbal para bailar las siguientes canciones, ahora con Celia al micrófono y un Lavoe desaparecido entre la coca de un pequeño cuarto de descanso con sillas de plástico y mucho ron que había tras el escenario. No querían pensar en nada, no había regresos posibles, el todo de un amor de cuatro horas servía para pensar en la muerte sin problemas, porque estaban felices, o al menos eso creían. De repente sonó Indestructible en una versión acelerada que pareció volver locos a los que estaban más cerca de los músicos y entre sangre nueva y posibilidades, Justo Betancurt, que estaba haciéndole coros a Celia, agarró la campana y le hizo algunas señas a Tito Puente, aunque en realidad lo que estaba era sacudiéndose la manga de su camisa y Tito no entendía muy bien lo que pasaba, y entonces se río porque sabía que ya se estaba preparando, métanme mano y ya verán, y entonces le devolvió la seña a Justo y se soltó en un repique de timbales, con Celia moviéndose de lado a lado de la tarima, levantando sus manos y gritando Azúcar en medio de unos dientes blanquísimos y unos labios pintados de negro violeta. Colón había tomado una trompeta y se mantenía al margen de ese coro de fuerzas de mil camiones, mientras Lavoe se reía sólo detrás del escenario. Celia al frente seguía bailando, muy cerca del borde, y entonces trastabilló y estuvo a punto de caerse encima de las barandas que separaban a la tarima de los primeros espectadores, y alguno abajo, de cabello largo, creyó recordar un video de rock and roll donde el vocalista volaba hacia el público y le comentó algo a su novia, que sólo movía sus piernas al lado de él, como si fuera una de las menos emocionadas en todo el Poliedro, y Celia dibujó una mueca nerviosa con la lengua afuera, algo que no vieron ni Palmieri, arriba, ni el grupo de Boris abajo; y allí Barreto corrió a seguir su canción. Ya sabía que venía el final del solo: ay no podrán destruirme, hecha pa lla y déjame en paz. Cierta risa se apoderó nuevamente de los músicos, sobre todo de Colón, que ahora parecía divertirse más, tanto que no pudo soplar el metal cuando le tocó el turno y el Sabrosita de Barreto en la carretera, improvisando, pareció quedar un poco en el aire, lo que no le importó nada al mamadeo, que había logrado bailar nuevamente con la morena alta, y esta vez ya hablaba con ella, su boca muy cerca de la oreja, a dos metros de uno de los quioscos de cerveza que estaban dispuestos en los pisos superiores.

Del beso estaba más cerca, igual que Boris, que seguía jamoneándose con Gaby, aunque a veces se separaban para las piruetas pese al cansancio, y Marianela, la amiga del gato Cifuentes, comenzaba a darse cuenta que lo mejor de esa noche era Boris, o el baile de Boris, no importaba que fuera un carajito de 16. Atrás Lavoe, que tenía pendiente volver a salir a cantar 3 piezas más, estaba sufriendo un paro cardíaco que nadie notó hasta después de algunos minutos, y la orquesta cantó Son, cuero y bugalú, y después Quítate la máscara y terminó el set con Marchando Bien, lo que no le gustó mucho al negro Aníbal, quizá porque se estaba dando cuenta que Marianela no lo abrazaba con las mismas ganas que querían apretar el pecho de Boris, enganchado cada vez más a su deseo de cogerse a Gabriela cuando regresaran a La Guaira. Pero era una fiesta, para todos. El cierre con una canción que da consejos de paciencia y andar mirando al frente, no van tan lejos los de alante si los de atrás marchan bien, Pete Conde Rodríguez tomando ahora la batuta, fue en todo caso un respiro para que todos, menos Gabriela, se decidieran a ir al baño.

El negro Aníbal compró 2 cervezas para cada uno, mi brother es que es muy difícil, hay demasiada gente en esta vaina, y además chamo –coño perdón– es mejor tener que no tener nada, así que agarra y mete mano. Tardaron unos 50 minutos entre la cola para orinar, la compañía al resto, comprar las cervezas y encontrar, de alguna forma, a empujones, el camino que los devolviera al lugar de origen. Mamadeo se cruzó con la morena y trató de hablarle pero ella ya no estaba sola, y su acompañante no era precisamente un muchacho de 60 kilos, entonces se amparó en el ruido y la confusión de una multitud que colmaba las instalaciones, y se contuvo, pero se extravió del resto del grupo por detenerse a lo sumo 30 segundos y voltear hacia otro lado. Juntarse a ellos le tomó otros 20 minutos, y al llegar vio la discusión encendida. Era una especie de coincidencia cruel que fuera la Descarga 73 de una recortada Típica de Adalberto Santiago la que sonara en ese momento. Y yo me pongo celoso, mamá, cuando tú bailas con otro. Y hasta aquí nos trajo el río Boris Marcano; un apretón desconocido como castigo por no haber estado para la pieza en la descarga anterior, bueno, pero es que fue por contener las ganas de ir al baño e insistir en quedarte sola, sin dejar que nadie te acompañara, ni Marianela, y arriesgarte a que te agarraran el culo, claro chama, pero es que con esa faldita a cualquiera le dan ganas, coño, bueno, jódete, mañana veremos si opinas igual. Los dientes apretados por no saber manejar la emoción ni el afán de querer ser una pareja adulta que discute rasgando amenazas; y arriba avisaban: Eso es un trombón, eso es un trombón y la fiesta, pese a que estaba a punto de culminar, seguía agarrando fuerza con ese tucupá tucupá, y el ete que ta aquí atrás de los cueros remedando las voces solistas de Santiago y compañía.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Una belleza leíto. Me encantan esos personajes de Boris Marcano y Gaby. Me hace soñar con ese concierto del que fui testigo varias veces y de la perfecta síncopa entre el improbable don de bailarín de Boris con el acoplamiento total de la lengua, el tronco, las carderas y los pies de Gaby. Lindo regalo de fin de año, mi hermano. Sigue escribiendo, por favor. Cariños a Vero, Edith, tu ahijada, tu compadre.

Un abrazote, Boris

¿Qué es esto? dijo...

Pensaba si Muñoz sería un apellido adecuado para un bailarín con talle de surfista y amante del béisbol, pero ya hay uno por ahí que se hace famoso, así que le puse Marcano. Gracias por pasar, viejo. Y por tus palabras. Abrazos a ti, Bea y el gran Bruno. Ya me darás detalles de esos conciertos.