viernes, 24 de octubre de 2008

Clases de softbol / Crónica de un partido trascendental +

Fotografías: Francesco Spotorno


Primera parada: estación del Metro Los Símbolos. 1:30 pm. Es sábado. Un evento de vital importancia para algunos está celebrándose a pocos kilómetros: juegan Los Compadres contra el Sindicato Bolivariano de Trabajadores en una de las semifinales del torneo de softbol del Banco Industrial de Venezuela. No todos Los Compadres son compadres entre sí, y los representantes del Sindicato no pertenecen necesariamente a él, pero está claro que todos trabajan en el banco. Los últimos se abrevian el nombre: Sinbotbiv. Y a la postre se llevarán la victoria bajo un torrencial aguacero.

En esta crónica alguien gana, alguien pierde, y llueve, pero todos gozan. El juego comenzó hace media hora y Miguel Flores espera en Los Símbolos con su camisa a modo de uniforme –número uno en la espalda bajo la tira del bolso verde, cruzado– y una gorra con el nombre de su proyecto, como si fuera un equipo. Ese proyecto es su empresa y su empresa es su vida: un portal digital dedicado exclusivamente al mundo del softbol en Caracas que se llama liderbate.comtu boxscore digital.

El socio de Miguel, José Peralta, aparece en su Chevrolet Corsa plateado –un jugador de primera– tocando la bocina. Su hermano se llama Antonio y es amigo de la infancia de Miguel. Todos viven en El Cementerio, donde crecieron jugando cualquier cosa que se pareciera al béisbol. Ninguno juega esta tarde, pero van al estadio a pasar el rato y a recoger algunas estadísticas para la página web. Antonio debe rozar los cien kilos, viste sandalias de cuero, una franela negra sobre una gruesa cadena de plata y una gorra blanca. Todos usan gorras. La postura de Antonio descubre su prominente barriga. “¡Es un gran jugador!, y además es entrenador”, me comenta Miguel en secreto, “lo que pasa es que ahorita la liga donde jugamos está parada por remodelaciones”. “Aunque el equipo está armado”, completa Antonio, que se ha acercado con determinación “tenemos todo completo: nuestros uniformes, y hasta hemos sido campeones”.

Para la cultura general, el softbol nace de un juego similar al béisbol llamado Kitten Ball, en 1887, se juega por primera vez en Chicago, Estados Unidos; edita sus reglas oficiales en 1916, y en 1933 adopta su nombre actual. Los partidos de softbol duran siete inings o una hora cuarenta y cinco minutos, lo que ocurra primero. Pero para que sea legal, cuenta Miguel Flores, el juego tiene que haber pasado los cinco inings completos. Asunto importante, valen los empates. Y también la muerte súbita: perder por quince de diferencia en el tercer ining, por doce en el cuarto o por siete en el quinto, significa que se acabó el asunto. Es lo que se conoce –a préstamo del boxeo– como nockout fulminante.


El estadio de softbol donde Los Compadres se juegan la vida ante Sinbotbiv queda en el Círculo Militar. Está flanqueado por un área social con cafetín y muchos espacios verdes. Allí se ubica un público familiar poco nutrido pero con buenos pulmones. Se distinguen el buen ánimo y la sed, a juzgar por las cervecitas que ruedan de mano en mano y el servicio de Jhonny Walker –keep walking and play– que disfrutan cinco compañeros de un equipo que ya jugó.

Hay unas cincuenta personas, aunque no todas atienden concentradas a lo que pasa en el campo: cierra el cuarto ining y gana el sindicato 7 a 4. De un bate sale una línea disparada al center field y el defensor, que debe medir al menos un metro noventa, se adelanta tanto para buscar la bola en el aire que se pasa. Tiene que estirar su largo cuerpo y con él su brazo para intentar alcanzarla. Brinca y falla. La pelota cae y parece que va a haber una jugada en la goma. El corredor choca contra el catcher y una fanática grita emocionada: “Ajá, lo tumbaron, por pasao. Bien hecho, no juegue. Sí, anótate otra pues…”. La mujer es risueña, por lo tanto se podría decir que celebra entre risas al borde del terreno, protegida por una cerca enorme, y también que disfruta mientras se come un pastelito de los que venden en la cantina, junto a una lata de Pepsi Cola –pide más, ahhhh.

El coordinador de este espacio es Luis Mujica, un señor fornido, aunque pequeño, que esta tarde viste una camiseta del Liverpool, el club de fútbol inglés, y unos zapatos Nike –just doit– sin medias. Tiene un bolígrafo en la mano para llevar las anotaciones del juego. Suma 35 años trabajando en el mundo del deporte aficionado y además de coordinar el Centro de Desarrollo El Laguito, bajo el mando del Coronel Brígido José Cortesía, también es Secretario General de la Asociación de Béisbol del Distrito Capital.

Mujica trabaja sentado sobre una pequeña silla, dentro de una oscura y calurosa garita de dos metros cuadrados. Desde allí apunta todo lo que ocurre en cada uno de los seis partidos diarios que se disputan en esta cancha. En su juventud, este señor participó en la Liga Interobreros, que él define como la pionera del béisbol amateur en Venezuela: “Jugué con un equipo que se llamaba El Cóndor, pero al que después le cambiaron el nombre y llegó a ser Los Buitres”, rememora. A su lado está el joven que controla la pizarra electrónica. Ninguno pierde detalle del partido. Más allá hay un pequeño radio, sobre un Meridiano –el diario deportivo de Venezuela– desde el que sale la voz de Hugo Chávez. Está en cadena nacional y habla sobre la selección nacional femenina de softbol: “Yo las amo. Yo las quiero. Yo las admiro”.

En Venezuela existe una Federación Venezolana de Softbol, pero ellos se encargan únicamente de los peloteros de alta competencia. Según Miguel Flores, este juego se practica en muchos lugares y eso es aprovechado comercialmente, por eso resulta mejor dividirlo en categorías: Clase C, para cualquiera, donde destacan los borrachos y los gorditos. Clase B, con un nivel medio y mayor velocidad en los lanzamientos de los pitchers. Y Clase A, que es el deporte serio, de alta competencia, con viajes largos y mejores salarios. A la Clase A, por ejemplo, pertenecen nuestras últimas abanderadas en los Juegos Olímpicos de Beijing, que no pudieron clasificar a la segunda fase, pero sí se ganaron, según reporte de la agencia AFP, la medalla del cariño en China.

La llamada Clase C define a las populares “caimaneras”, y es la que más se practica en Venezuela. De ahí que las ligas, que cobran por cada equipo que se inscribe, comenzaran a abrir cupos para todos con un eufemismo: ya no es una Clase sino una pequeña palabra disfrazada de inclusión: Modificado. Ese es el estilo y quiere decir que el lanzador puede ser un as del pasado, un grande liga que está de vacaciones, un gordito “que la pone bombita”, o un prospecto que se recupera de una lesión.

“Ahí entran todos, el que juega muy bien y el que no sabe jugar también. Por lo menos hay un equipo que es el Seniat –dice Miguel Flores– donde juegan ‘El potro’ Álvarez, Luis Raven, Marlon Roche y Melchor Pacheco, puros peloteros profesionales”. ¿Y cobran? –pregunta ingenua. “Claro, y ganan”, contesta Miguel. Y después de una pausa agrega: “les paga directamente el Seniat, pero eso es legal”.

Miguel sabe lo que es cobrar por sus servicios. Sobre su espalda carga con el peso de haber lanzado hasta quince juegos semanales durante varios años para ganarse unos churupos extras, lo que a sus escasos 26, edad dorada para cualquier pelotero estrella, se traduce en una hernia discal producto de una sobrecarga de trabajo. Luego de 4 meses lesionado, está a punto de operarse. El lanzador es la pieza más importante en un equipo de softbol y para él no hay limitantes, puede jugar en cuantos equipos desee, siempre y cuando no pertenezcan a un mismo torneo y sea capaz de cumplir con todos sus compromisos.

“Te luciste”. “Sigue”. “Ensúciate”. “Vamos Alexis, vienes tú”. Los amigos y familiares que no pasean ni se distraen frente a una bebida en la mano, aúpan como pueden. Son las semifinales, es importante. Empieza a llover más fuerte. Sinbotbiv está ganando 9 a 7, pero para que el partido sea legal hay que jugar al menos cinco inings. Si no escampa, suspenden el partido. Si lo suspenden habrá que comenzarlo todo de nuevo en otra ocasión. Eso cuesta mucho tiempo, muchas emociones, mucho sacrificio, muchas cervezas. “Al menos los domingos hay un sancocho que es buenísimo”, dice José Peralta. “Aquí también se viene a hacer relaciones”, asegura Miguel, “yo me voy a poder operar gracias a un contacto que hice con la gente de los Seguros Sociales, que tiene un equipo aquí”. También vienen magistrados, y oficiales del ejército, la marina, la aviación. Tema para otra crónica. En esta llueve duro, alguien gana, alguien pierde y todos gozan. El terreno de juego está en pésimo estado por el agua, pero han llegado al sexto ining, así que hay juego legal. Ganadores y perdedores se despiden enchumbados y con la moral en alto. Lo dieron todo. Ahora van a refrescarse en la cantina, y mañana a ver sus fotos en liderbate.comtu boxscore digital– para esperar al vencedor entre el difícil equipo de la Caja de Ahorros y la aguerrida y poderosa Auditoría.



+ Este texto fue publicado junto a otros mejores en la sexta –y última, por ahora– edición de la revista Plaza Mayor. Creo que la final la ganó la Caja de Ahorros.

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