domingo, 7 de septiembre de 2008

La pornografía o el cuento del nunca acabar

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En plátanoverde se publicaron alrededor de doscientos trabajos, no todos periodísticos, no todos investigativos, no todos sobre música, no todos buenos. Y algo quedó claro, conseguimos lo imposible: fracasar en el mercado editorial con firmas de la talla de Eugenio Montejo, Carlos Monsiváis, Juan Villoro, Enrique Vila-Matas, César Aira, Mario Bellatin, José Roberto Duque, Efraim Medina Reyes, Boris Muñoz, Andrés Neuman, Edwald Scharfenberg, Alberto Fuguet, Edmundo Bracho, Fernando Iwasaki, Pedro Lemebel, Hugo Prieto, Fabrizio Mejía Madrid, Ednodio Quintero y Daniel Link, entre otras. Es como tener la plantilla de los New York Yankees o el Real Madrid y llegar segundos.

En medio de esto, fue una joven desconocida quien escribió el texto que más me gustó entre las mil trescientas páginas de contenido en cinco años (con el perdón de mis amigos Parra y Chuchi): Carolina Rodríguez Tsouroukdissian. Fue un ensayo que hizo para la edición número 12 que dirigió Jorge Sayegh y, cómo no, tiene que ver con la pornografía.

A continuación lo reproduzco con algunas imágenes que bajé de la web.


Érase una vez

I

La mujer está parada y mantiene su pierna izquierda alzada en posición de patada de kárate: 180 grados de apertura, el torso casi horizontal. Pero no va a patear a nadie. Al menos no por ahora. Una criatura con cuerpo de hombre y cabeza de lobo introduce la punta de su pene en ella. Él también está de pie, la ve a ella abierta, esforzada: recibiéndolo. Se recrean sin hacer ruido, ni siquiera se les escucha respirar, pero la posición debe ser buena, ya que no se despegan desde el año 5.000 antes de Cristo. Cabe destacar que se trata de un dibujo hecho sobre piedra durante la época del Neolítico, que ahora observo desde la página nueve de un libro de historia.

Paso el dedo por encima de la ilustración y la brillante página rechina y pienso que es la mujer emitiendo los sonidos inevitables. Según el libro, éste es uno de los dibujos eróticos más antiguos. Se encontró en un lugar llamado Ti-n-Lalan, cerca de Fezzan, en Libia, África. Para estas fechas (5.000 a.C.) ni siquiera se había inventado la escritura.

Enseño el dibujo a varias personas y obtengo distintas respuestas:

–Oye, voy a probar esa posición (28 años, abogado, ceja izquierda levantada).
–Mmmmejem. ¿Quieres que te prepare algo de almorzar? (75 años, abuela de tres, manos sobre las rodillas).
–El otro día yo también dibujé un perrito en el colegio (6 años, estudiante de segundo grado, mastica galleta).
–¿Qué tal?, el tipo está disfrazado de lobo, eso me gusta (30 años, licenciada en Artes, se acomoda el cabello detrás de las orejas).
–Los hombres prehistóricos dibujaban esas cosas porque no tenían estructura mental, la estructura mental es una cosa tan bella (47 años, maestra de primaria, dedo índice en la sien).

La historia de la pornografía comienza igual que un cuento infantil: hace miles de años, en un lugar remoto de la Tierra. Los arqueólogos señalan que nació en el Paleolítico Superior (38.000-9.000 a.C.) en las cavernas donde habitaba el hombre primitivo. Allí aparecieron los primeros dibujos de personas desnudas teniendo sexo. En las pinturas de esta época los penes son tan grandes que se confunden con piernas, las figuras están de perfil y no existe la tercera dimensión: miras la ilustración y no ves a dos personas copulando, parece que ves a dos personas copulando a las que les pasó una aplanadora por encima. Una suerte de cubismo no premeditado, sino accidental.

De este mismo período es la venus de Willendorf, tatarabuela de las conejitas Playboy con unos 30.000 años de antigüedad. Esta estatua, de apenas 11,5 centímetros, muestra a una mujer desnuda orgullosa de sus kilogramos, que luce su gran barriga como un órgano sexual, una suerte de ecuador que demarca el círculo máximo de placer.

Los arqueólogos españoles Marcos García Díez y Javier Angulo explican que el hombre comenzó a representar su sexualidad a partir del momento en que aparearse dejó de ser un mero acto reproductivo y pasó a ser algo placentero.

Desde tiempos remotos hasta la actualidad hay temas que parecen repetirse: sexo oral, anal, vaginal, orgías, tríos, zoofilia, sadomasoquismo, fetichismo, exhibicionismo, masturbación. Aunque también es cierto que las diferentes etapas de la historia han impregnado a la pornografía de personajes, indumentarias, medios de expresión, escenografías, corrientes estéticas y discursos políticos particulares. Por ejemplo, cada época ha tenido sus prototipos de estrellas porno, que si se pusieran en fila india conformarían un grupo más heterogéneo que los de los comerciales de Benetton.

En la tradición grecorromana y egipcia, además de personas, abundaban animales y deidades, quienes aparecían teniendo sexo en murales, escritos y vasijas de cerámica. Los griegos produjeron, entre los siglos IV y V a.C., cantidad de jarroncitos con dibujos picantes. Algunos muestran a hombres copulando con ciervos, hombres copulando con hombres, tríos, orgías, y hay uno que exhibe a una mujer corriendo orgullosa con un pene gigante bajo su brazo, cual pan francés. Estas vasijitas, que se vendían con éxito en el mercado mediterráneo, fueron en su momento el equivalente del Betamax, el VHS y el DVD, por lo que ocupan un puesto importante dentro de lo que ha sido la revolución de los formatos en la industria porno.

De la misma época es el Kamasutra, obra escrita en el siglo IV a.C. que marcó un hito pues logró, a través de la palabra, una tridimensionalidad en la forma de presentar el sexo, aún desconocida en la pintura. Se considera como el primer manual de posiciones.

En la religiosa edad Media –la época del llamado amor cortés– una de las estrellas porno más emblemáticas de la pintura erótica fue el diablo. Sus intervenciones iniciales eran tímidas. Aparecía metido en la cama de alguna noble dama a la que trataba de seducir mientras dormía.

Pero después, gente como Miguel Ángel le asignaría nuevas tareas. Un detalle de la Capilla Sixtina muestra a un hombre con cachos de diablo y expresión agónica metiendo su puño dentro del ano de un sujeto musculoso de sonrisa retorcida.

Durante la Revolución Francesa, el arte erótico se pobló de soldados que, la mayoría de las veces, aparecían follando en situaciones no planificadas. Nunca en una cama. Siempre en la sala de estar de alguna distinguida dama, en una pradera solitaria, en un camino de tierra. También era frecuente verlos en orgías de más de diez personas. Libertad, igualdad, pero sobre todo fraternidad.

Proliferaron también en el siglo XVIII ilustraciones sadomasoquistas, muchas de las cuales se hicieron para los libros del Marqués de Sade: mujeres amarradas con cuerdas, niños procurando sexo oral a torturadores, mutilaciones. Estos dibujos eran escenificados en salas llenas de estatuas, muebles refinados y techos altos con sistemas de polea que servían para colgar a la víctima como si fuera una piñata.

Como una expresión artística cualquiera, el erotismo no es, por supuesto, una exclusividad occidental. El Kamasutra es la obra decana de la sexualidad, no sólo debemos considerarlo como el primer manual de posiciones, sino como el best seller de autoayuda de todos los tiempos, porque su contenido es también un tratado de las relaciones de pareja en sociedad. Asimismo, en Japón, durante los siglos XVII y XIX, estuvo muy de moda el “makurae”, el equivalente al “animé” actual, pero sin colegialas. Y en el Imperio Incaico, antes de que los conquistadores españoles importaran la Inquisición, la tribu Mochica se especializó en reproducir toda clase de encuentros íntimos en los públicos jarrones de barro que se usaban cotidianamente para conservar el agua o servir el licor de maíz fermentado. Si eras una cholita y te servían un coctel de jojoto en una vasija cuniligus, ya podías imaginar las intenciones de tu galán.

La historia demuestra que la pornografía ha estado presente desde siempre como una prolongación de nuestra libido. Las prolongaciones: una vieja maña humana. Nos gusta ver cómo las partes de nuestro cuerpo toman vida en objetos externos. Las piernas en los automóviles; los ojos en las cámaras fotográficas; el cerebro en las computadoras. Y el deseo sexual en la llamada pornografía.

II

El significado original de la palabra pornografía –de raíz griega– aludía a los escritos sobre las prostitutas antiguas. Sin embargo, en 1860, durante la época de la reina Victoria de Inglaterra, fue redefinida como sinónimo de obscenidad. Y ésta es la acepción que ha prevalecido en los diccionarios modernos.

“Representación de conductas obscenas en libros, revistas, fotografías, películas cinematográficas, videos y otros medios con la intención de provocar excitación sexual” (Enciclopedia Hispánica, pornografía).

Nunca se sabe quién define qué en los diccionarios. Pero el que decidió que pornografía era sinónimo de vulgaridad, terminó de plantar la semilla de una larga discusión sobre su diferencia respecto del arte erótico, que incluso se trasladó a la esfera legal.

En los primeros años del siglo XX se aprobaron leyes que prohibían la difusión de todo aquel material que se considerara indecente desde el punto de vista sexual. Al mismo tiempo, cientos de miles de ejemplares del pequeño Larousse escolar salían de las imprentas con la nueva definición victoriana: pornografía f. obscenidad.

Este veto se extendió hasta bien entrados los años sesenta. Pero después de dos guerras mundiales, la carrera armamentista, la crisis de los misiles, las matanzas en Vietnam, la revolución sexual hippie y el Mayo Francés, la industria porno logró la legalización, además, en un año bastante pornográfico, 1969. Estados Unidos y Dinamarca fueron los primeros. Francia tuvo que esperar hasta 1975.

En adelante salió a flote toda una industria que había venido trabajando en la clandestinidad. Destacan las pornos de cine mudo A free ride (1914) y On the beach (1915), que se veían en selectos clubs privados llamados smokers; cintas animadas como Buried treasure (1924-1933); y films eróticos como Keyhole silhouettes (1930), Hula Tease (1940) y Smart Aleck (1951).

El primer número de Playboy también salió antes de la legalización, en 1953, al igual que los primeros nudis, films donde el sexo ocurre en paisajes naturales: la cosquillita que da el roce con las plantas, el cuerpo contra la arena, el mismísimo océano entre las piernas, escenas que marcan los inicios del llamado género soft, explotado luego por Russ Meyer.

Todas estas producciones que nacieron jugando al escondite antes del año 1969 fueron incluidas en History of blue movie (1970), el primer documental lícito sobre la historia del porno. Y, unos dos años después, sucedió lo que tenía que suceder:

–Mi problema es que no disfruto el sexo, doctor.
–Continúe.
–El sexo tiene que ser algo más que cascabelitos. Quiero escuchar campanas.
–La examinaré, abra las piernas.
–Sí, doctor.
–¡Señorita Lovelace!...parece que no tiene clítoris.
–¿¿¿Qué???
–Espere, quizá lo tenga en otro lado. Abra la boca.
–Sí, doctor.
–Déjeme ver… ¡Allí está! ¡Lo tiene en la garganta!
–¿Qué se supone que haga ahora?

El generoso médico se bajó los pantalones y le dio instrucciones a la insatisfecha señorita Lovelace.

–Agáchese…abra la boca, procure tragarlo todo, hasta la base…exacto…así…así

Minutos después llegaron las campanas. La dócil paciente jamás había experimentado un orgasmo. Se sintió tan agradecida y feliz que decidió asumir eso de la chupadera como ocupación laboral. Éste es el argumento de Garganta profunda (1973), película de Gerard Damiano que marcó la pauta de lo que sería el cine porno, en términos de tiros de cámara, planificación y guión.


Fue con Garganta profunda que la industria entendió su verdadero potencial económico. Esta cinta supuso una inversión de 24.000 dólares frente a una recaudación de seis millones. También, gracias a este filme, el cine X se llenó de close ups genitales.

Durante los setenta, la explosión mediática se hizo sentir y el mercado se llenó de nuevos títulos. El porno pasaba a convertirse en un producto de consumo masivo, estilo jabón de baño. Ya no era un privilegio de élites, como había sido desde los tiempos antiguos. En estos años se bailaba disco music y la gente usaba pantalones bota ancha, pero también estaba de moda follar como John Holmes, Linda Lovelace, Georgina Spelvin, Ron Jeremy y Marilyn Chambers, las estrellas más populares de la industria.

Los entendidos consideran que las mejores películas del género se produjeron en esta época, de la mano de directores como Damiano, De Renzi y los hermanos Mitchell. Además de Garganta profunda, destacan El diablo en la señorita Jones (1973), Tras la puerta verde (1973), La resurrección de Eva (1973) y La historia de Joanna (1975).

Luego llegaron los ochenta envueltos de esa sonriente estética del ejercicio. Lo primordial era la Lycra. Todos usaban bandanas en la frente. Y la música: si ésta no servía de telón de fondo para trotar, era desechable. Los zarcillos eran triangulares y la complejidad sólo podía estar presente en la forma de vestirse. Todas las demás cosas de la vida debían regirse por un criterio de practicidad, incluso la pornografía.

Por eso se impuso en la industria el llamado Star System, con el cual el cine de autor propio de los setenta se convirtió en un escombro del pasado. Los guiones desmejoraron, también la calidad dramática de las producciones. A partir de 1983, lo importante era vender. Y, para ello, bastaba con incluir en el reparto a los pechos más populares del momento. La estrategia funcionó: el éxito en ventas fue un hecho, que además se vio apalancado por la llegada del video. Ahora los amantes del género podían ver sus peliculitas desde el sofá. Ya no tenían que salir de casa jorobados y con lentes oscuros a un teatro de cine porno.

Pero, en estos mismos años, el floreciente sector recibió tres duros golpes: la actriz porno Shawna Grant se suicidó en 1984; el FBI descubrió que Tracy Lords, otra figura importante de la industria, grabó más de 100 videos siendo menor de edad; y, más adelante, en 1988 el famoso John Holmes descansó en paz junto a sus 30 centímetros de masculinidad por culpa del Sida.

III

Se calcula que la industria pornográfica global mueve unos 57.000 millones de dólares al año. El rubro más importante es el de los videos y DVD (35%), seguido de la prostitución (19,2%), las revistas (13,1%), los clubs de bailarinas (8,7%), las líneas calientes (7,8%), los canales por suscripción (4,3%), los portales web (4,3%), el material en CD-ROM (2,6%), los juguetes sexuales (1,7%) y otros ítems (2,6%).

Estimaciones recientes indican que los ingresos totales de este sector son mayores que la suma de las entradas netas registradas por todas las franquicias profesionales de fútbol, béisbol y básquetbol, lo que coloca al sexo como el verdadero deporte rey. Estas cifras fueron obtenidas del portal web familysafemedia.com, cuyo eslogan dice o, mejor dicho, reza: proveyendo soluciones de control para las familias preocupadas por la presencia de lo profano, lo promiscuo y lo violento en los medios de comunicación. Nadie sabe más de la industria porno que sus detractores.

La influencia de la pornografía, como fuerza de mercado, ha sido tan grande que se ha sugerido que Betamax perdió la guerra de los formatos frente a VHS, debido a que la llamada industria de entretenimiento para adultos escogió la segunda tecnología en vez de la primera, que se suponía era técnicamente superior.
Se piensa que los productores triple equis también jueguen un papel importante en la escogencia del próximo estándar de DVD. Un artículo publicado en Reuters dice que “la multimillonaria industria de la pornografía distribuye 11.000 títulos en DVD al año, lo que le da un tremendo poder en términos de decidir entre las dos tecnologías (Blu-ray Disc y HD-DVD) que compiten por convertirse en el formato de las nuevas generaciones”.

Es tanto lo que se produce, que ya se habla de más de 100 subgéneros. Muchas de las nuevas tendencias comenzaron a aparecer con la llegada de la videocámara, la cual puso el poder creativo en la gente normal: ésa que se echa champú todas las mañanas y va para el trabajo. Ellos eran ocurrentes y no demasiado bonitos. Pero ellos inventaron el Porno amateur.

Se trata de producciones caseras que lograron penetrar un mercado que ya estaba hastiado de ese cine de clones de los noventa, donde todos lucían igual, gemían igual, cogían igual. Las grandes distribuidoras se dieron cuenta de que la textura hogareña de este nuevo material gustaba a la gente y sirvieron de puente para su comercialización. Ver a Ginger Lynn fornicando es interesante, pero ver al vecino puede serlo aún más. Y estos videos eran como ver a la inquilina de arriba por un huequito. Ése era el sabor.

Este filón “hágalo usted mismo” cobró mucha más fuerza con la expansión de Internet. Hoy en día, personas que necesitan redondear sus ingresos crean sus propios sitios webs de porno en vivo, en los que hacen lo que la ciberaudiencia les pide a través de los foros: muérdele el trasero, ahora métele el dedo por atrás, voltéala y cójetela, ahora acábale en los ojos. Muchos de estos portales de sexo hecho en casa cobran una suscripción, otros generan ingresos a través de publicidad. Se estima que unas 5.000 parejas hacen esto en los Estados Unidos, logrando elevar sus ingresos anuales de cinco a seis dígitos.

Si bien los principales consumidores de porno son hombres, ésta es una industria que depende mucho de la mujer. Se estima como normal que una actriz del género logre contratos de 50.000-70.000 dólares al año, que no estipulan más de cinco días de trabajo al mes. Cinco días de trabajo duro de grabación y el resto libre. Aunque están las que por su demanda y fama pueden cobrar hasta 13.000 dólares por semana. Cifras basadas en el mercado porno norteamericano indican que las mujeres ganan tres veces más que los hombres por cada escena de sexo. Además, ellas deciden con quién quieren trabajar y qué cosas no están dispuestas a tolerar de su contraparte masculina: si me metes el dedo en el culo te pellizco un testículo. Y los hombres tienen que hacer caso, pues ellos están allí más como vehículo que como estrellas. El video se va a comprar es por las mujeres que aparezcan. ¿Quién usa a quién en la industria?



Los hombres lo tienen mucho más difícil. No es sólo que ganan menos, sino que mientras la mujer puede fingir, ellos deben mantener una erección durante toda la grabación y además eyacular bajo comando del director frente a un equipo de producción que no hace más que mirar el reloj porque quiere irse a almorzar. Por la industria ha pasado toda clase de gente. Victoria Zdrok, galardonada estrella porno de origen ucraniano, no sólo es abogada, psicóloga y terapista sexual, sino que en 1989, cuando tenía 16 años, fue la primera adolescente soviética a la que se le permitió ir a Estados Unidos como estudiante de intercambio y en calidad de embajadora de buena voluntad del glasnost y la perestroika.

También está Asia Carrera. Ella es de Nueva York y sabe excitar a los hombres, pero además estudió piano, a la edad de 15 ya se había presentado dos veces en el Carnegie Hall, y pertenece a Mensa International, la más grande, antigua y conocida agrupación de personas con alto coeficiente intelectual. Y por qué no mencionar a David Cummings, militar retirado estadounidense que decidió convertirse en actor porno a sus 54 años. Actualmente, produce, dirige y protagoniza videos en los que aparece fornicando con bellas mujeres que tienen la mitad de su edad. Gana 140.000 dólares al año por este concepto y dice que su éxito se basa en que él representa la fantasía de todo hombre maduro, pues es bajito, gordito y feo.

En Venezuela, tenemos que el rubro de la industria porno que más dinero mueve es el de los prostíbulos y locales de bailarinas exóticas. Más allá del video quemado de Roxana Díaz, las líneas calientes y las revistas Urbe Bikini y ahora Playboy, en nuestro país no existe una industria del porno, menos aún de video, por la extendida piratería.Lo que sí hay son talentos de exportación, que protagonizan cintas eróticas de distribución internacional, como Victoria Lanz y Johnny Montoya, quienes han sabido conquistar al público europeo con todo menos su inteligencia, lo que no es poco decir.

Si la historia de la pornografía comienza como un cuento de niños, hace miles de años, en un lugar remoto de la Tierra, no termina igual, pues colorín colorado este cuento no se ha acabado: el porno tiene más de 40.000 años con nosotros y no hay nada que apunte a su extinción.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué Fue Leo, el platano ya no sale más?Ojalá que no porque es una revista de mucha calidad, y buen criterio editorial. Espero que no tengamos que echrla en falta, y que estén haciendo los ajustes necesarios para volverla a sacar a la calle.

Isabel, fan de platano.

¿Qué es esto? dijo...

El plátano sale, de hecho está en la calle y muchos amigos hablan de la revista como quien habla de las ánimas que espantan en la noche. Cosas del Caribe, supongo. Pero hasta yo, que no soy un fiel defensor ni un editor devoto, la hecho en falta. Se ha puesto lenta, pesada, y dudo que eso vaya a cambiar por lo pronto. Dejo en el aire una promesa: la próxima edición debe estar lista en unos meses y trata sobre un tema espeluznante: la moda.

Gracias, y un abrazo.