lunes, 22 de octubre de 2007

La insoportable informalidad del ser

Ya salió la nueva edición de plátanoverde. Aquí cuelgo parte de un material que escribí para el folder temático que coordinó el pana Hector Bujanda y trata sobre El Poder. No es lo mejor del folder, pero lo escribí yo, que me tengo cariño.

En el mismo folder hay un cara a cara sobre Mario Silva (La hojilla) y Leopoldo Castillo (Aló Ciudadano) escrito por Clodovaldo Hernández. También un texto de Kaury Ramos sobre la mujer y el poder de sus bondades. Y fuera del folder, un lujo: retratos de bandas caraqueñas tomados por Vasco Szinetar para la sección de música.



El poder de las secretarias


Esta historia podría terminar en dos palabras: es así. Pero echo el cuento completo.

Estaban de aniversario y a las dos de la tarde había un gymkana, o una gymkana, como se diga, total, la palabra no existe. "Además, mañana hay un concierto y una clase de aerobics, va a estar difícil", le dijo la chica del teléfono a Carla. Carla quería -quiere, todavía quiere- solicitar información sobre el incremento -o no- de las salidas venezolanas en los últimos dos años a destinos internacionales.

Intenta demostrar que en este país hay mucho dinero circulante y que las líneas aéreas (como los distribuidores y comerciantes de bebidas alcohólicas, medicamentos, automóviles, armas, joyas y demás juguetes de la ostentación) sacan ganancia, buena ganancia de ello.

Para manejar datos oficiales sobre el tráfico aéreo del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía, Carla necesita convencer a la chica del teléfono para que la deje hablar con "El ingeniero". El ingeniero es el Director General del IIAAM, siglas que quieren decir más o menos: el único que le puede dar la información.

Entonces comprueba el poder de la chica del teléfono. Nada nuevo, he aquí un rasgo de la catástrofe, Carla piensa ¿por qué no soy hombre?, al menos así podría intentar seducirla. Y juega otra carta: solicita una "audición" pero quiere decir "audiencia" y se ríe, ya saben, romper el hielo a veces funciona por el hilo telefónico. Envía una carta por fax y otra por computadora pero no hay respuesta. La celebración del aniversario da al traste con un nuevo y -probablemente- último intento telefónico. Salta otra posibilidad, muy común en este país: los caminos informales. Entiende que la audiencia es difícil, cuando no imposible, a menos que asista de incógnito al gymkana, o a la gymkana. Pero estamos en Venezuela, no en una película de Chevy Chase. Y no lo hace. Es así.



El poder divino (en un mundo pagano)


Cuando Ana atendió a Edith, que tenía Herpes Zóster y lágrimas en los ojos, le recetó varios medicamentos y escuchó cuando una colega le dijo a su paciente: "señora, eso se quita es con rezos". A Ana no le gustó el comentario, pero le restó importancia. El Herpes Zóster es conocido popularmente como "culebrilla" y duele mucho. Para efectos de este artículo sólo hablaremos de culebrilla y en todos los casos va a doler. Mucho.

Edith compró los medicamentos y salió resuelta a acabar con su dolor. Fue a su casa y averiguó con una amiga quién podía rezarle las marcas que le subían hasta el cráneo y comenzaban en el cuello. La dirección, escrita a mano sobre un papel: "Las aguitas sector 6 calle 25 casa 8 - Iglesia c / si fuera p / Ford". Un caserío pobre.

Edith se puso una gorra amplia para protegerse del sol. Al señor le decían "el abuelo" y también, a veces, "el agüelo". Pero no estaba en casa, había salido temprano a vender chatarra. En una espera de más de dos horas, la paciente escuchó a varias voces en el porche vecino: "ese abuelo es bueno, lo cura todo. Él fue quien le quitó la culebrilla al nené. No chico, él no fue, fue la muchachita que se murió. Él le quitó a mi hermano un mal de ojo, ¿te acuerdas?".

Edith miraba hacia los lados sobre una silla de mimbre y escuchaba a su interlocutora: una señora con el cabello recogido y resto de pollo en los dedos. "Lo que pasa es que el agüelo no se baña y se pone a mascar chimó. Ese va a llegar ahorita todo borracho. Capaz y hasta le robaron la carretilla, la otra vez lo tuvo que recoger la policía. Sí, lo mejor es que venga mañana a las ocho, porque ese duerme esa pea tempranera. Pero es bueno, ese agüelo lo cura todo".

Edith se fue y no volvió.

Otra dirección, esta vez por teléfono: "avenida 190, esa es famosa. Pregunta por ahí dónde vive el artista, todo el mundo lo conoce. Él es experto en quitar la culebrilla". El artista tenía más de 80 años y, según Edith, aparentaba 60. O menos. Le cayó a reglaso limpio en las regiones afectadas. Con una tabla fina y alargada hacía preguntas en tono curandero -como quiera que sea el tono curandero- y golpeaba a su paciente. Sin yerbas ni escupitajos pero con mucha fe. Recetó vitamina B y medicinas naturales. El dolor de cabeza: una obviedad. Edith se curó a las tres semanas, pero nunca supo si por los medicamentos o los rezos. Ana se preguntaba qué sentido cobraban entonces sus 8 años de estudio. Por favor, pensaba, y movía la cabeza. Edith contestó: "todo el mundo me dijo lo mismo, mamita, hasta tu colega".



El poder siempre es del más fuerte

A Julio lo mataron el 20 de noviembre de 2005, era domingo. Su cuerpo sin vida flotaba dentro de una bolsa negra en el río Guaire. Según sus cinco asesinos había robado 30 millones de bolívares, pero esta no es la historia de la muerte de Julio, sino de lo que hizo antes de morir. De su desaparición sólo agregaremos que el crimen fue cometido en el apartamento de uno de sus verdugos: número 23, sin señalización en la puerta.

El apellido de Julio era Dávila y se hizo famoso porque se convirtió en líder de un grupo de invasores.

Llegaron en junio de 2005 al edifico Amapola, en la urbanización Bello Monte, en Caracas, y entraron como pudieron. Julio aseguró en vida que estaba completamente abandonado. Él no, el edificio, Julio vivía con su mujer y su hija. Tuvieron que limpiar todo porque el piso estaba lleno de excrementos y restos de droga. Eso dijo Julio antes de ofrecerme el almuerzo del día: arroz, carne y un vaso con agua. Comimos en su casa a puertas cerradas. En silencio.

En el balcón, Julio confesó que él sabía que todo era ilegal pero que quería ponerse al día con las instituciones: "la policía nos odia, los vecinos nos odian, los otros invasores nos odian". Para la comunidad, ellos eran peligrosos porque no mostraban un comportamiento cónsono y respetuoso a las ordenanzas municipales. "Yo lo que quiero es montar abajo un Mercal y una emisora comunitaria, en los dos locales que están vacíos", dijo. La emisora tiene que comenzar informalmente, le contesté, al margen de las leyes, y después, poco a poco, ganar su espacio por los canales regulares. Julio se sonrió. Estaba descalzo y así bajamos a recorrer las instalaciones.

Me presentó a los hombres que custodiaban la entrada: usaban uniformes comprados y armas largas. Me mostró los impactos de bala que había detrás de la fachada, junto al ascensor. Me enseñó un hueco que tenía en su brazo, infectado, arropado con una venda y una muñequera con púas. Me habló de guerras personales y reivindicaciones. Y también de leyes. "Aquí sólo viven parejas con niños, grupos familiares o madres solteras", me aclaró. Después me mostró las bienechurías que le hicieron al edificio con dinero y mano de obra de sus habitantes; no sólo los turnos para la limpieza eran comunitarios: "el que no participe queda fuera, aquí hasta las mujeres colaboran".

Julio, yo tengo un problema, le dije, necesito un apartamento. Él contestó "coño, mi pana, lo siento, pero la ley entra por casa". Al fondo sonaba una salsa, salía de uno de los apartamentos que no era el suyo. Según dijo ya había confianza como para poner música y celebrar el día del niño partiendo una piñata. Hasta podían recibir visitas, eso sí, previo aviso y en horario controlado. No era sencillo, pero poco a poco conseguían un nuevo estilo de vida. Detrás de todo había una mafia: Julio fue el cuarto cadáver embolsado que consiguieron ese año. Pero ya lo dijimos, esa es otra historia.

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4 comentarios:

Martín dijo...

Leito, me acordé ayer pero estábamos en la playa, hoy de regreso te digo feliz cumpleaños y que te amamos.

Anónimo dijo...

¿Cuándo llega esa edición a Valencia?... Saludos...

¿Qué es esto? dijo...

Valencia, Valencia, Valencia... Búscala en alguna librería Tecni Ciencias, si no, en Nacho; de no encontrarla en ninguna, pártele dos vitrinas a cada establecimiento, toma una foto y envíala a platanoverde@plataoverde.com / Recibirás algo más que las gracias.

Saludos, gracias por pasar.

Anónimo dijo...

Qué va pana, nada que llega (jálenle las orejas... Si corresponde, of course!)