martes, 3 de abril de 2007

El domingo de Amira

* * *


La abuela materna de Dylan era noble y bondadosa. Una vez dijo que no existe un camino que conduzca a la felicidad. Que la felicidad es el camino. Eso está en el volumen uno de un libro de música, de un libro que habla de músicos y canciones, y también de Nueva York. Y que firma su nieto. Es un libro de relatos, un recordatorio personal -diarios, crónicas, postales- que tiene en la portada una avenida iluminada por taxis y letreros. Admiral, television appliances; Warner; Canadian Club, imported whisky; Automatic; Capitol Theatre- y un retrato de Bob Dylan en la contratapa hecho por Don Hunstein. En realidad ambas imágenes de la sobrecubierta son de Don Hunstein; pero de él no se habla en ese primer volumen de memorias. De quien sí habla el autor es de su abuela, apenas en el primer capítulo, antes de decir que el destino estaba por revelarse y lo miraba a la cara, sólo a él.

Esa era la sensación y eso era lo que recordaba Amira, que ese día antes de leer también se había bañado y se había afeitado y había mirado televisión durante horas. Vio Easy Ryder y le gustó el final y ese diálogo que interpreta Jack Nicholson antes de ser asesinado a palazos, que dice algo sobre la libertad. O sobre ser libre. O sobre el miedo. Sobre el temor que sienten las personas comunes por lo que representan vagos de cabello largo como ellos: ese desprendimiento, la fuerza, cierto desarraigo, un amor por la naturaleza y las drogas, lo que a Amira le pareció que tenía que ver con el primitivismo, la esencia, y que eso efectivamente se parecía a su idea de libertad, pero que no evaluaba como algo bueno o malo, sino que entendía como una condición o una elección que, al menos a ella, no le interesaba. Porque había una forma de libertad independiente de la vida que ella prefería descubrir, y esa era la muerte.

"Si Dios no existiera, habría la necesidad de inventarlo" escuchó también en otro diálogo de la película de Dennis Hopper, un diálogo suelto, sin conexión aparente, que al parecer hace Peter Fonda perdido en un recuerdo, o probablemente en una premonición, razón por la cual Amira prefirió levantarse para buscar café en la cocina y finalmente terminó haciéndose un Nestea. Fue entonces, con el vaso en la mano, cuando pensó que lo mejor de la película era su final, porque ya la había visto antes.




Otra que vio -por tercera vez, y que sí la conmovió- fue Million Dollar Baby, de Clint Eastwood. La conmovieron la producción, la dirección y, sobre todo, la actuación de Clint Eastwood. Fue antes de revisar su e mail para acostarse a dormir, sentada leyó algunas frases sobre política con las que no estuvo muy de acuerdo, se las había enviado su primo desde Australia. Una de Ronald Reagan, a quien consideraba un perfecto imbécil y un pésimo actor: "se supone que la política es la segunda profesión más vieja. He llegado a comprender que tiene muy cercano parecido con la primera". La segunda de Eugene McCarthy, a quien consideraba un político más, pero no un imbécil, ni un matón, ni un marica de closet como Joseph McCarthy: "estar en la política es como ser entrenador de fútbol americano. Tienes que ser lo suficientemente listo para entender el juego y lo suficientemente tonto para creer que es importante". La tercera era una frase de John Kenneth Galbraith, a quien conocía muy poco y por lo tanto no le interesaba considerar; su frase parecía responder a otra de Otto Von Bismarck: "la política no es el arte de lo posible. Consiste en escoger entre lo desastroso y lo intragable". Por eso es que ninguno lo hizo bien, pensó Amira, por cagones, porque entendían su trabajo en dimensiones erradas, como un juego sin importancia, y partían del prejuicio y la ignorancia para castigarse a sí mismos sin pensar en los demás... mira que venir a confundir el mal chiste con la astucia. Y después vienen y llaman a eso comprensión.

Amira es (era) una chica sensible, sencilla, que disfrutaba creyendo en misiones imposibles: el bien de todos, menores diferencias entre los hombres, el cine como un arte. Le gustaba estar sola, leer y remarcar sus convicciones.

Esa noche soñó con Gustave Flaubert. Había leído la obra completa del francés y quería hacer una adaptación sobre Madame Bovary, uno de sus personajes favoritos. Buscaba lecturas, símbolos, imágenes y frases por todos lados para reforzar el guión y apoyar (así le decía ella) su dirección de arte y su puesta en escena. Lo curioso es que en su sueño, Flaubert se parecía Stella o era Stella, y sólo le decía que el verdadero anhelo de la democracia era llevar al proletariado al nivel de estupidez logrado por la burguesía. Amira le respondía que estaba de acuerdo pero que no veía que ahí estuviera la clave de la novela que ella quería adaptar a un cortometraje: una superposición de imágenes, algo moderno, ¿ves?, frenético, caótico, pero limpio, tú sabes (y no sabía si decirle Gustave, Flaubert o Telita) algo como lo que hicieron Craig Pearce y Baz Luhrmann con Romeo y Julieta en el 96; y Flaubert, que era Stella seduciéndola, vestida con mini falda roja, le contestaba que sí, que abriera los ojos, que diera el salto y se atreviera, que se arriesgara y fuera tras su sueño, que eso era la libertad.



Amira no sabía cómo interpretar esas frases tan comunes en boca de Stella, que había sido Flaubert y ahora era Bob Dylan cantando una canción con una armónica, hablándole entre pieza y pieza sobre su primo Andrés, el nadador recién casado, y sobre el esfuerzo (que en realidad era la dedicación y el tiempo) que cada uno de nosotros le otorga a sus creencias. Dylan, que era Stella, que era Flaubert, se le acercaba poco a poco hasta desnudarla y le hacía el amor.

Amira desnuda, llorando, no tuvo otra salida (o no encontró nada mejor) que confesarle a Dylan-Stella-Flaubert que ella era una cobarde, pero que cuando lograba apartar sus miedos, que no era tan seguido, entendía que la paz es como la calma: que tarda en llegar porque está cerca de un lago y junto a una pareja y probablemente también junto a una mascota. Y el hombre a su lado, que ahora era su primo Andrés, la tomaba suavemente con ambas manos y le aclaraba que entonces eso debía ir en los genes, porque él tenía algo muy parecido a lo que ella decía y estaba seguro de que él sería el hombre más triste del mundo, por siempre jamás.

Bob Dylan, que entonces entró vestido por una de las puertas de la habitación y ya no se sabía si era Stella o el mismo Flaubert, le dijo riéndose con un palillo entre los dientes: "ahí tienes a Madame Bovary, me lo dijo el mismo Jack Nicholson, que está allá afuera balanceándose en un columpio". Amira no entendía nada, se mostró sorprendida. "Lo digo en serio, él la interpretó una vez en un teatro en Nueva York, yo estuve allí", repicó Dylan, y terminó mientras se quitaba la camisa: "ahora, dime cómo me pongo para que me tomes una foto".

Amira se levantó desnuda y corrió a asomarse por la ventana para ver si era verdad que afuera había un columpio, si estaba en su casa o era que alguien le robaba un secreto. Su primo Andrés ya no estaba sobre la cama, reía junto a Dylan mientras se fumaba un cigarro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Leído.
Gracias.
De nuevo, gracias, Leo.
Saludos,
Endrina.

¿Qué es esto? dijo...

Endrina, querida, que alguien regrese ya es un lujo para mí. Sé de blogs impopulares (o personalísimos) y también de naufragios. Así que las gracias son para ti. Un abrazo.