lunes, 5 de febrero de 2007

Vecinos



Con motivo de la Edición Especial 2006 (número 11) de la revista plátanoverde, Jessica Bodoutchian, Junior Ruiz, Jesús Ernesto Parra y este peluche nos fuimos de viaje a los países vecinos (léase Trinidad y Tobago, Guyana, Colombia y Brasil, respectivamente). Respectivamente quiere decir que, por fortuna, no fuimos ni juntos ni revueltos, sino que cada cual visitó un país. Allí encontramos lo que consigue cualquiera que viaja. No los que van de turismo.

Como hay muchos que tienen años sin buscar la revista pero insisten en que "no se lee" o "no se consigue", comenzaré posteando esta serie de trabajos, para que lo comenten o sigan buscando por su cuenta:


Un cronista es alguien que piensa en la historia. Que la escribe, la describe, la desdibuja. Flanquea la palabra y hace el viaje. Inventa un documento y relata. Sin importar el orden. Sobre todo, un cronista, o una cronista, es una persona impresionada. Es alguien que observa, que siente. Y es, para nosotros, la mejor excusa para hablar de algo tan manoseado como impreciso: la identidad.

No morderemos la trampa-anzuelo del vacío sociológico, ni sus falsas coordenadas geopolíticas. Las fronteras determinan -o pretenden- procesos identitarios que debemos asumir en conversaciones de bares y reuniones familiares, pero no en la palabra escrita, o no necesariamente. O no, porque no nos provoca. Porque este juego es del viaje y lo que en él vemos. Y allí está buena parte de eso que somos: la idea de los diarios, de los cronistas de Indias que igual llegan cargados de hambre como de errores, e intentan, a toda costa, descifrarse fuera de sí mismos, de lo que eran. Así viajamos, en cierta forma, asumiendo nuestra vida en la excepción, porque sabemos -desde pequeños lo intuimos- que esto de la identidad despide una omisión clara de Complete la frase o analice y fundamente su repuesta. Porque en el fondo hablamos de un entorno sólo a partir de nosotros mismos y asumimos el tránsito, su gente, el nuevo destino, como metáforas de nuestra propia experiencia. Y atendemos al encuentro como proyección inmediata -e inevitable- de nuestro punto de origen, como una salida por la puerta lateral que no tiene todavía significados claros. Y seamos honestos: así hacemos periodismo.

No pocos relatos afirman que el espacio-tiempo es una variedad diferenciable, que puede ser finito o infinito, cerrado o abierto, conexo o inconexo. Así que, para mayor comprensión de lo que viene, situémonos en cierto espacio: Caracas, Venezuela; y en cualquier tiempo. Y pensemos en aquella cartilla escolástica que hablaba de límites territoriales: al norte con el mar caribe, al sur con Brasil, al oeste con Colombia, al este con algo difuso pintado a rayas que se llama -¿todavía se llama?- Zona en Reclamación; Guyana, para los más liberales. Y pensemos en todo lo que sabemos de esos países vecinos, hermanos, la América toda y lo que esconde. Y revelemos todas las preguntas. Ese es nuestro punto de partida. De allí arrancamos a oler aguardiente, comer curri, bailar con la cachaça en el cuerpo. A hacer el juego de espejos con nuestra malqeurida Venezuela, el país del norte del Sur con cara de perrito. Mar Caribe Vs Océano Atlántico Vs Océano Pacífico. De allí al salto de la plaza, la austera habitación de hotel o el apartamento del pana, el parcero. De allí que chévere es a bacán lo mismo que a legal. Que el África negro está presente en todos lados, como la marihuana. Que volvemos a ir una, dos, tres veces, para seguir descubriéndonos a partir de ellos. Y después el documento y el análisis a vuelo de conversa aeroportuaria: no nos parecemos tanto, somos todos la misma vaina, me querían matar por blanco, esta mierda huele peor que El Cementerio, estos maricos están vendiendo su país, me quiero quedar un rato más, creo que estoy enamorado. Si antes se inventaron Pegasos y Unicornios, ahora inventamos volver al pasado. Retener el tiempo. Pero resulta que la libertad ya no se fragua a caballo. Que los soldados, aunque parezca lo contrario, están pasando de moda. Que los boletos aereos y los controles aduaneros son una ladilla y parte del viaje. Que la gente de la calle conversa abiertamente ante el detalle de los hechos desnudos. Que si algo tienen en común nuestros países es una historia que habla de reivindicación. Algo que seguimos buscando a través de nuestras fiestas, de la repetición de ritos ancestrales, del uso del poder. Pero que lo demás, como el espacio-tiempo, es una variedad diferenciable.

Carnaval, fútbol y violencia. Ni las geografías varias del desplazamiento, ni la política contemporánea, ni los medios masivos nos han dicho más que eso. Y nosotros no sabemos, luego del viaje -incluso- si podemos culpar a alguien. Si todas las respuestas no pueden, efectivamente, partir de algún punto cercano a ese lugar común. Si Brasil es más que samba y Colombia paramilitarismo y Guyana existe. Pero sí estamos claros, muy claros, de esto: nuestras crónicas, nuestras postales impresionistas, nuestras entrevistas, no hablan sólo de Barranquilla, Medellín, Bogotá, Puerto España, Georgetown, Sao Paulo, Río de Janeiro o Recife. Recogen historias, encierran momentos de ese espacio tiempo que nos define fuera de la identidad impuesta: hablan de nosotros, de la noche, de sus gentes, de las mentiras en tiempo corto, del encanto a lo desconocido, y de la inutiulidad de las guías turísitcas más allá de sus direcciones y listas de precios. Porque ya sean espejismos o viajes interiores, alumbramientos o realidades metafísicas, diferencias lingüísticas o nervio, puro nervio, no entendemos ni la mitad mientras rodamos, volamos o navegamos en silencio, viéndolo pasar todo frente a nuestras narices. Pero algo nos queda adentro, y algo dejamos de nosotros en cada sitio.

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