lunes, 5 de febrero de 2007

Brasil: donde algo se mueve



Mostrar una cara de Brasil. Una cicatriz de Brasil. Cierto aliento a cachaça, carnaval, cuerpo desnudo, pechos travestidos, tráfico de piedra, la costa más grande, mucha selva virgen, contrastes sobre contrastes y una historia que parte todo en dos, o en más de dos. Primero, el norte y el sur. Luego, el norte del norte y el sur del sur. Una cosa es ser carioca y vivir en Río de Janeiro y otra muy distinta es ser Paulistano y vivir en Sao Paulo. Ni hablar del nordeste, allí eres bahiano, pernambucano, paraibano. Aunque desde Porto Alegre seas sólo nordestino. La capital es una incógnita que sigue dormida y en tanto terreno y un idioma que no nos pertenece, hablar de identidad es algo que salta detrás de cada palabra. Identidad sobre identidad. Fútbol y samba nunca quedan al margen, pero, por supuesto, no lo son todo: es un asunto de pasión, las favelas son sinónimo de periferia y acercan –tanto o más que en Venezuela– opuestos como pobreza y grandeza. La música es un hecho, la velocidad también, y la clave está en la movilidad. O en el movimiento. Para entender algo de Brasil, más allá de prolegómenos geográficos, actualidades macroeconómicas, historiografía anecdótica o lugares comunes, hay que pensar en el movimiento.

En tres entrevistas: la cámara sobre una tabla de surf y una intuición más bien calmada que se acerca al monopolio de la violencia (André Cypriano, esta foto es de él); la sapiencia y el sonido que parece dibujar el silencio en el aire (Naná Vasconcellos); la mirada desconfiada de un recuerdo de carencias y el cambio de lugar (Paulo Lins), fotografía, música y literatura prefiguran un Brasil, cierto Brasil, que el plátano muestra desde las voces de sus propios protagonistas, todos viajeros, todos moradores que miran a su país donde el dolor y la fiesta son pan de cada día. Donde algo se mueve.

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