domingo, 14 de diciembre de 2008

Campaña electoral


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Facundo García escribe en Página 12 sobre la verdad de la mentira en Internet, o sobre una pequeña parte de ella. El artículo trata su asunto, pero a mí me sirven estas líneas para decir que el cuento de la reelección indefinida en Venezuela se trae lo suyo. Porque los dos platos de la balanza no tienen lo mismo encima: uno monta al presidente como única opción de liderazgo para sostener su proyecto político (lo que habla de sus fallas estructurales). Y el otro plato soporta los resultados de su gestión dentro del país luego de diez años (salud, conciencia política e inclusión social versus déficit de vivienda, mala educación, delincuencia y corrupción). Hay más variables e implicaciones de las que puedo describir o analizar y, como en toda campaña electoral, lo importante no es hablar con la verdad en la mano, lo importante es ganar. Sin embargo, yo me quedo con dos ideas previas al resultado.

La primera desnuda la malsana costumbre de dañar al contrario a punta de mentiras, para engatusar a los débiles, a los ingenuos, y a los ignorantes que confían en ellos. 

“Hacia 1957, la psicoanalista Marie Langer documentó en su libro Fantasías Eternas (Ed. Nova) trascendidos que se habían escuchado por todo Buenos Aires en plena época peronista, más precisamente en junio de 1949. Una de las noticias falsas que miles afirmaban haber oído de buena fuente era la de un matrimonio joven que había contratado a una sirvienta, estando la esposa en el final de su embarazo. Semanas después del parto la pareja había decidido salir una noche al cine, dejando al niño en casa, al cuidado de la empleada. Cuando volvieron, ya tarde, encontraron el comedor iluminado. La mujer los esperaba ataviada con el vestido de novia de “la señora” y sobre la mesa había servido en una fuente al hijo asado con papas. Más allá de las interpretaciones psicoanalíticas, aquel macaneo cumplía con uno de los requisitos para distribuir dimes y diretes por la red: el relato debe estar en sintonía con una coyuntura social y sus temores. El cuento pegó tanto en Recoleta y Barrio Norte porque se vinculaba con el horror de las clases media y alta a que los descamisados se hicieran con el poder”.

¿Les suena? 

La segunda historia me sugiere que, gane quien gane, este país seguirá tan partido que ni socialismo, ni distribución equitativa de los recursos, ni democracia real. Basta con poco para engañar y eso alcanza para sostener en alto la esperanza, las ansias de cambio y también ese maravilloso deseo de sentir que siempre se tienen los pelos negros de la burra en la mano.

“En la entrada correspondiente a Jonathan Swift, la Enciclopedia Británica consigna que en 1708 el autor de Los viajes de Gulliver estaba tan harto de los astrólogos que decidió poner su talento contra ese gremio. Redactó secretamente una seguidilla de textos en los que vaticinó y luego relató con detalles la muerte de John Partridge, uno de los astrólogos más respetados de la época. Lo hizo pelota: el tipo estaba vivito y coleando, pero nadie le creía. El pobre Partridge fue borrado de los documentos oficiales y se vio obligado a pasar el resto de su vida explicando que no era un fantasma. La vieja anécdota sugiere otro ingrediente para el embuste exitoso: la gente suspende su incredulidad si lo que le informan le da placer”. Lo que me lleva a cerrar con otra frase que leí en Página 12: La realidad no es la única verdad. Claro, ellos hablan de literatura. Yo me refiero al país, la democracia, la justicia, esos temas gruesos y cualquiera de sus negaciones.

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