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Lo azulado es la tonalidad dominante de nuestra época. Ha decaído el enérgico valor del verde que enarbolaban los ecologistas airados y se ha perdido como un viejo recuerdo la bandera roja. Ahora el color envolvente es el azul: el tinte masivo de las prendas deportivas, el matiz repetido de las organizaciones internacionales, la tonalidad seleccionada por las firmas de informática, energía o ciencias de la vida, el fondo que preside a los partidos políticos sin ideología. El azul, decía Goethe en su Teoría de los colores, es “una nada encantadora”, no pesa, no incomoda, no afirma nada de verdad.
El capitalismo de ficción tiende a hacerse invisible a través del azul, que es un color resultante de la suma de vacíos. El capitalismo no está o se manifiesta de acuerdo con esa liviandad confundida con la naturaleza, la acumulación del aire o del agua transparentes. El azul es líquido o gaseoso como lo es la ética sin dolor, la disolución de la heterosexualidad, la continuidad entre el bien y el mal, la “nueva economía” intáctil. El rojo es fuerte, popular, comprometido, símbolo de la violencia o de la fecundidad. El rojo es un color encarnado, mientras el azul “no parece de este mundo”, decía Kandinsky. El azul es solitario como la sociedad egonómica, frío, distanciador, fácil de asumir.
En la cromoterapia, el rojo estimula el corazón, pero el azul induce a la parálisis. Parálisis de la rebelión, apariencia de consenso y lavado de la conciencia. Los detergentes procuran asociar su eficacia a unos granos azules como la señal de “limpieza nuclear”, mucho más allá del blanco. Este blanco tecnológico, nuclear, deshace incluso la memoria de la suciedad para imponerse como una limpieza de segundo orden. Una segunda limpieza producida que suplanta a la primera porque no solo la relava sino que la medicaliza. Que logra una realidad clínica y garantizada, más allá de la simple vida real.
Las cápsulas de los somníferos son azules para evocar esta nueva realidad soñada y los franceses llaman conte blue al cuento para niños: historias fantásticas, inverosímiles y con desenlace feliz.
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Así que no pesa, no incomoda, no afirma nada de verdad, es solitario, frío y fácil de asumir. Es como un cuento para niños. Después de todo, menos mal que no di esta respuesta, porque aunque dudo que mi interlocutor haya leído algo de Vicente Verdú (dudo que haya leído Etiqueta Negra e incluso que se haya leído algo de lo que escribo en este blog), con esta respuesta también le hubiese dado fundamentos a su estúpida razón.
2 comentarios:
El señor leo, el señor azul, ¿cómo andas por allá en la esquizofrénica Caracas? POr acá en San Francisco todo bien, haciendo y exponiendo arte. También metida a hermanita de la caridad Web 2.0. Poco a poco.
Saludos.
Por cierto, mi blog principal es www.ytaelena.com. De allí hay un enlace a todos los dibujos.
Señorita Yta, como sabrás, por Caracas se puede andar de muchas muchas maneras, pero yo prefiero la común: muy atento y haciéndome el loco. Algo medio esquizoide, sí. Ya me paso por tu blog principal. Besos.
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Nina, claro que lo recuerdo. Si era todo un bombón en ese trajecito. Prescripción facultativa: este fin de semana, que cae 11, 12 y 13, te me vas a la costa central, preferiblemente en el carro de alguna amiga que acabe de presentar su tesis y esté despechada. Abrazos y gracias por pasar.
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