Beckham salió de Maracaibo con su acento dominicano y su piel morena. Muy morena. Lucía unas extensiones decoloradas que batía al compás de sus caderas. Zigzagueaba con pasos de goma y movía sus muslos con sutileza. Guiñaba ojos por doquier. Contaba con una de las mejores sonrisas de la universidad. La definición de sus piernas, que figuraban líneas y músculos desde la pantorrilla hasta la ingle, se debía a esa subidera y bajadera de escaleras al trote. Siempre con el faralao de la falda besando el aire en contrapicado, como una caricia provocadora y tentativa. Siempre con la sonrisa a flor de piel pidiendo permiso, siempre con el gesto encantador, siempre con esa turgencia de nalgas fuertes y cintura eterna. Levantando la copa. Imitando dialectos al hablar, sacando la lengua, recreando historias, pensando en su hija, como ahora cuando dan las doce en punto, es de noche, huele a tabaco caro, se prenden luces verdes sobre la tarima y Celia Cruz revive con un grito desgarrador: Mi voz puede volar…
La conocí gracias al cigarro ¿Qué mejor que un vicio compartido para romper el hielo en este tipo de lugares? Yo sabía que no era para ella, sino para el cliente que balbuceó un “mi vida” después de ver cómo se movía aquél monumento sobre el tubo. También sabía que ese monumento no iba a aguantar la curiosidad de verme anotando frases en una libreta que apenas me cabía en la mano. “A ver, ¿qué tanto escribes allí, niño?” Una expresión a lo James Dean más el ron seco le dibujaron el cuadro antológico del poeta maldito: adolescente y conflictivo, vulnerable, perfecto para parecer carnada, llamar la atención y confundir la noche en una búsqueda que no llegará a ningún lado, a pesar de esos ojos verdes que se ha de comer la tierra y esas ganas morenas de estrangular la vida en quince minutos.
¿Qué tan astuto se puede ser para envolver a una bailarina y prostituta que respira kilómetros de luna dentro de su sexo? ¿Cómo hacer el juego de la máscara y el espejo con alguien que todas las noches mancha el vidrio de la tarima con sus huellas? Que no va ahí para relajarse y sabe que, a diferencia de sus fieles, detrás del tiempo le espera un descanso y la posibilidad de cambiar sus fichas por dosis de consentimiento, el vuelto de su baile, en tarima o en privado, para comprarse un chal y maquillaje importado, o para enviarlo a otra ciudad donde espera una niña con la cara llena de chocolate que mira la tele en la sala.
Después del cigarro, Celia le cedió la voz a Gustavo. El doble de Rocío Durcal. –Señoras y señores, con ustedes… El graaan ¡Gustavooo! Los aplausos aparecieron con poca fuerza, más bien con naturalidad, con conocimiento de causa. Tú eres la tristeza ay de mis ojos… El juego de luces me descompuso. El acto de doblaje también. Yo estaba allí para tomar notas, conversar con las prostitutas, las bailarinas y los clientes, y para mirar el espectáculo, nadie me avisó que me iba a topar con algo distinto a un show de stripper. Esa atmósfera de celebración travesti, que se elevaba por encima del disfrute de admirar la carne desnuda, le otorgaba a la fiesta un ingrediente inesperado. Al menos para mí. Lejos de lo que pueda parecer, la hacía más convencional, aunque la liturgia del deseo marchaba sin orden hacia un fin último: la satisfacción garantizada de una buena ropa, por un lado, y de una buena noche, por otro, que se acompasaban con la oscuridad y el alcohol. Un acto que asomaba la figura de una respuesta borracha en noche temprana: imaginar cómo se conforma este sistema de creencias que se recrea en la búsqueda del placer.
Otro ron seco, por favor.
DOS
Debajo de esta necesidad expresa que juega detrás del espectáculo, los medios justifican el fin y se confunden y se reafirman en el costo del brandy para la conversa, cincuenta mil para el baile y ciento veinte más la botella de champagne para la satisfacción completa. Lo demás corre por cuenta de los participantes. Eso demás que concentra la esencia mareada pero justa de ese sarao vívido y sensual. El anhelo –y la seguridad– del solicitante de copetín y camisa abierta, mentira creída y mirada de Goya, con el caudal humectante de espesura blanca y fuego en los ojos, por dentro, y un movimiento convulso y el estremecimiento de segundos eclipsados que se extienden hasta la eternidad. “Vente conmigo Beckham, por favor”, “claro mi niño, claro que me voy, me estoy yendo, ¿no me sientes?”, “Sí, sí, pero me refierooo a verniirteee, de ay ay ay ay…”
Beckham llegó de Maracaibo hace un mes y sólo ha tenido que compartir lecho un par de noches. No es de las más experimentadas. No es de las mejores bailarinas. Pero es Beckham con trenzas y metro ochenta parada en esas plataformas de veinte centímetros que la ayudan a colgarse del tubo, y mueve sus trenzas, y contornea sus bondades y abre sus labios y los cierra en un ejercicio cárnico de concentración mientras suena Pretty woman, walking down the street, Pretty woman, the kind I like to meet… Y pocos, la verdad, siguen el show, a menos que sean de bolsillos vacíos, lo que prácticamente los incapacita para ser sobados por las mujeres del lugar, como Beckham, que finge como una diosa, baila como una diosa y se exhibe como una virgen sin ropa, mientras sus “colegas” dan a probar su pecho, se suben la falda, se menean al ritmo de su cuerpo y se sientan en el regazo del servicio más caro de whisky o de una copa de vino, o piden un cigarrillo “porque hay que buscar la manera de rascarse mi amor”, siendo el amor, quizá, o una de sus formas, el pensamiento que vuelve en medio de la vorágine confusa del deseo, disfrazado de cualquier cosa, a recordar que hay unas ganas, una rutina drogada y una niñita pantaleticas al aire esperando la mesada para la merienda y el pago de la guardería. No es que se trate siempre de lo mismo. No es que existan salidas apropiadas, o mejores, ni que el sistema preste estructuras para decir –su mano en el muslo, muy cerca del corazón abierto– “si hubiera seguido estudiando ya sería odontóloga” ¿Cuánto ganas aquí en un mes? “Mucho” ¿Cuánto es mucho? “Depende, tres millones y medio, cuatro millones… El otro día me fui con un gringo y cuando llegamos al hotel se quedó dormido. Estaba muy borracho. Para mí mejor porque, de verdad, yo no soy así como que muy amante del sexo, pero él ya me había dado 300 dólares. Eso es casi un millón y lo hice en una noche ¿Me invitas otro trago?”.
TRES
–Bien, despidamos con un fuerte aplauso a Susy. Ahora, la sensual y exuberante Ivana y, seguidamente, la tigresa. Pero antes, damas y caballeros, con ustedes, el gran cantante de nuestra música venezolana: ¡Alfredooo Zeeerpaa! Otro cigarro, dos tragos –uno para mí, otro para Beckham– y apoltronarme en el sillón para cerciorarme de varias cosas: primero, que la crin del rucio moro y las tonadas con sombreros pelo e’ guama no terminaban de penetrar en el placer oscuro de la carne; segundo, que se me estaba acabando el dinero y, tercero, que estos lugares sólo ofrecen un espectáculo para el consumo, nada más. Era la última anotación de tinta barata que apuntaba en la libreta.
Ese mínimo borde imaginado entre el amor y la literatura dibuja un abismo de madrugada confusa que poco tiene que ver con la rutina que anticipa: el presagio de un regreso aburrido a la calidez del hogar y las labores de rutina en la oficina. Convertirse en el Rey de la Reina. El encantador de serpientes. El dios de la mujer araña que teje espejismos propios y ajenos mientras se baña en látex, sudor y gritos que prometen redención. Un triángulo de las Bermudas donde desaparece un tiempo y aparece otra vida, una figura escalena que se desprende de sí misma y viaja hacia la expansión de neones oscuros y provocaciones animales sin tráficos de calle o repiques de teléfono. Hasta que aparece la adicción, la necesidad insaciable de aquella compañía, el apego al delirium trémens de las sábanas y los espejos, la oscuridad convertida en lluvia y sol y nueva fe hacia lo desconocido, quiero sacarte de esto, quiero que seas mi esposa, tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida, no tienes que seguir en este lugar, yo puedo dártelo todo, por favor mi amor vámonos de aquí, anda mi vida, divina y perfecta, ahora sí entiendes lo que quería decirte cuando te pedí que te vinieras conmigo, ya te compré un apartamento, quiero que me acompañes, exijo que me acompañes, estoy enamorado, anda, tengamos una hija…
–Señoras, señores. Ahora sí, lo que todos estaban esperando. La atracción de la noche. Nuestra bailarina estrella. Directamente desde Maracaibo… ¡La reina del tubo! Beeeckhaaam.
1 comentario:
Pole Dance Babyyyyy
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