lunes, 3 de diciembre de 2007

El día después

El país picado en dos, no me digan.

4.3 millones de socialistas revueltos entre la decepción, la rabia y sus buenos deseos: tuvieron muchos años en plan de resignación y después se acostumbraron a ganar; ahora les tocó aguantar un resultado adverso. Su lamento es porque creen que la propuesta de reforma permitía acelerar el proceso revolucionario y bolivariano, cuyo fin se supone es igualar, reivindicar al pueblo, estrechar las diferencias entre pobres y ricos.

4.5 millones de antichavistas celebrando más que los italianos cuando ganaron el último mundial: hicieron de la pataleta una costumbre, ahora no pueden creer que su opción fuera respaldada por el Consejo Nacional Electoral. Festejan que no habrá reforma a la constitución de 1999, pero lo que más disfrutan es que por fin le ganaron una al presidente.

Hay paridad de fuerzas: otra vez, nada nuevo. Un lado quiere a Chávez y el otro no.

Los que están con su proyecto dicen que los mató la abstención y el pase de factura. Que la derecha podrida no permite el avance igualitario entre los seres humanos y algunos camaradas traicionaron el proceso. Que los oligarcas, gracias a los intereses oscuros de los medios, convencieron a su gente. Por ahora. Porque nuestra misión es la historia, comandante. Hasta la victoria siempre.

Según los que lo odian, el triunfo fue contundente, porque es ingenuo pensar que los separa sólo un punto y medio cuando los derrotados tienen tanto poder. Aquí casi nadie confía en el gobierno, el país está cansado. Nada funciona. Lo poco que logra es gracias a la compra de conciencias y el tráfico obligatorio de autobuses a la capital. Chávez, coño e madre, te jodiste, ganamos.

Los abstencionistas no dicen mucho, son mayoría y las mayorías suelen ser prepotentes. No chillan para que los demás piensen como ellos; desconfían, pero no pierden la razón para decir que la tienen.

Los triunfos -y derrotas- electorales, como el periodismo y la literatura, no son temas reales, sino un medio para llegar a ellos.

Siguen los mismos pedazos de país sin querer reconocerse. Y uno, el tonto, el distraído, el candoroso, con la humana intención de que se miren al espejo y dejen de joder un poco.

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