Entrevista realizada en el marco del Primer Encuentro de Espacios Alternativos Iberoamericanos, que se efectuó en Caracas del 25 al 27 de octubre. Entre la ONG; el Pool de Cuni, en La Bandera; Tiuna el Fuerte y Periférico Caracas. El libro que recoge otras entrevistas e impresiones de ese evento está por salir.
–En Argentina siempre hubo muchos cartoneros, pero después de la crisis de 2001, viste, esa que fue famosa porque el presidente se fugó por helicóptero y hubo todo un caos, empezó a haber más, fue una cosa masiva, gente profesional y de todo tipo se quedó sin trabajo y salió a cartonear porque no tenía otra fuente de ingresos; de golpe eran muchísimos en la calle. El tema estaba en la agenda pública, era muy hablado. Cucurto y Javier hacían para ese entonces unos libritos de poesía que se llamaban ediciones Eloísa Latinoamericana, que eran chiquititos y en unas cartulinas de colores relindas, eran de poesía y tenían unos dibujos de chicas desnudas, así medio tropicales, barilarescos.
–¿Barilarescos?
–Sí, porque son de Barilaro, Javier. Él es artista plástico también.
Cucurto se antepone el Washington de nombre, a todas luces un aka. El de nacimiento es Santiago Vega, pero eso no importa porque ya la fama perseguía al seudónimo: su libro Zelarayán ganó un premio de poesía y fue distribuido en las bibliotecas populares de Argentina, hasta que a alguien en Rosario le pareció que esos poemas eran vulgar pornografía. Acto seguido, se lanzó a la purificación, quemó todos los ejemplares que tenía. El hecho, por supuesto, le dio prestancia al autor. Hubo debates. Y mucha prensa.
Javier, como dijimos, es de apellido Barilaro, artista plástico (también), y el que dibujaba a las minas desnudas de los libritos chiquititos con cartulinas de colores.
Tras el 2001 surgió lo obvio, el papel (todo el papel) elevó su costo (se cotiza en dólares) y éstos hacedores de poesía optaron por una obligación: no tenía sentido pagar tanto, no había plata, no había dinero. Dejar de hacer libros o hacerlos con lo que había eran las dos alternativas.
Idearon un sistema de edición simple, muy simple –Javier es diseñador: libros que pudiera hacer cualquiera, con pocos medios y muy baratos para vender. ¿Recuerdan el cartón? Así nació la editorial, se llama Eloísa Cartonera.
Nosotros no somos unos puristas del cartón, yo muero por el cartón; esa no es la idea, dice María. María Gómez, que trabaja en Eloisa Cartonera desde hace tres años y se entrega. Ella estuvo en la ONG, en Caracas, para hablar de su experiencia y ofrecer un taller relámpago en la comunidad de Casalta, en Catia. Y continúa María: es un cartón, viste, vos imaginate que vivís en un país donde la gente no puede leer libros y tenés que hacerlos con cartón de la basura, eso ya te marca una pauta, entendés; y todo bien, está rebueno lo que hacemos, pero no nos comemos aquella visión del arte, las teorías eruditas que para mí son infames.
–¿Cómo cuáles?
–Como esa de la estatización de la pobreza, esas pavadas de intelectuales aburridos, no es que nosotros hagamos tapas de libros con cartón porque los pobres sean lindos. Está bueno porque lo hacemos nosotros con los recursos que hay, porque son baratos y accesibles, por un montón de cuestiones que también tienen que ver con la realidad sociopolítica latinoamericana, pero no defendemos el cartón a morir.
Junto a Cucurto y Javier, también empezó Fernanda Laguna. Al principio no había un espacio físico; todo lo hacían en la calle, en una biblioteca donde trabajaba Cucurto, en la casa de la poesía… Después Fernanda cobró una plata y alquiló un local, ese local se llamaba No hay cuchillo sin rosas, fue verdulería, taller para los libros y galería de arte. Yo llegué en el 2004 y los libros y la galería le habían ganado a la verdulería. Ya no se vendían verduras, dice María, la que se entrega. Y sonríe.
Fernanda se fue, porque ella también tenía una galería de arte: Belleza y felicidad. Y mucho trabajo. A Javier y a Cucurto se sumaron Gastón, David y Daniel, que eran los tres que hacían los libros, los trabajadores.
–Al principio los fotocopiábamos, sale medio caro, pero son libros breves. Te gastas un peso en fotocopia, un peso en cartón y los vendes en cuatro. Son tirajes de pequeña escala, cinco, diez por título, no más. Si alguna librería pide, sacas. Y a medida que vas vendiendo, vas haciendo.
Luego la embajada de Suiza donó una parte importante del dinero para que compraran una imprenta usada. El proyecto servía para editar libros de ellos y sus amigos, pero fue creciendo. Cucurto, experto en literatura latinoamericana, se encargó de armar el catálogo, poco a poco. Hoy publican a escritores de renombre en el continente, la mayoría nacida en la década del setenta; tienen una lista de nombres donde caben adjetivos como estrella, joven, rutilante y genio. Una que puede despertar –y lo hace– la más oscura de las envidias en cualquier editorial: Ricardo Zelarayán, Dani Umpi, Fabián Casas, Daniel Link, Rodolfo Walsh, Alan Pauls, Mario Bellatin, César Aira, Gabriela Bejerman… Todos, por supuesto, ceden sus derechos.
–Nosotros siempre decimos que nuestro catálogo es hecho de un lector para otro lector. Intervenimos todos, pero el que más sabe es Cucurto, yo capaz tengo más experiencia en la organización del trabajo, el experto en literatura es Cucurto, antes el experto en diseño era Javier. El que más sabe de algo, lo hace. Cuando estaba Cristian de Napole, que estudiaba letras, también intervenía.
–¿Ya no está Javier?
–Ya no tanto, porque él viaja mucho, es artista. Y yo aprendí a diseñar, ahora diseño yo.
–¿Qué diseñas?
–Los interiores de los libros.
–¿Y no te parecen que son cada vez más elaborados?
–Igual sí, pero todo bien. Ya te dije, no somos unos puristas del cartón, lo que pasa es que desde que tenemos la imprenta, podemos hacer libros más gruesos. Y queremos hacerlos bien.
–¿En el catálogo no hay españoles?
–No, pero si aparece no creo que haya problemas, tampoco es algo dogmático.
–¿Brasileños?
–Sí. Y chilenos, mexicanos, peruanos, colombianos, argentinos. Lo que no hay es de Bolivia.
–¿Por qué?
–Porque todavía no encontramos ninguno, pero tenemos ganas de editar a un chabón que está rebueno de apellido Vizcarra, es un escritor super marginal, una cosa así delirante, viste, muy callejero. Igual tenemos 120 títulos en cuatro años.
–¿Cómo es el Premio Nuevo Sudaca Border?
–Es un concurso que inventamos hace un par de años, llegaron más de 200 títulos y publicamos seis. El jurado era reimportante: estaban Ricardo Piglia, César Aira, algunos periodistas, nosotros. Además eso concordó con el Premio Clarín de Novela, comenzaba el mismo día y cerraba el mismo día.
-¿Y quién eligió mejor, ustedes o Clarín?
-No recuerdo ni qué sacó Clarín, pero ellos eligieron uno, nosotros sacamos seis.
–Fue como una goleada, ¿no?
–Trabajamos mucho.
–¿Cuánto es mucho?
–Todo el día.
–¿Las 24 horas?
–No, pero sí 18 horas, seguro. Todos los días.
–¿Y para qué trabajar tanto?
–Porque hay que hacerlo. Y aparte que me gusta. Nosotros somos una cooperativa y vamos a todo pulmón. El trabajo lo demanda, viste, siempre lo va a demandar, porque así son las cosas que se hacen con esfuerzo y poca plata. Ahora somos siete, igual si estamos todos haciendo libros, por ahí en un día podemos hacer cien y quedan lindos.
–¿Cómo es la distribución?
–La distribución es triste, digamos, los libros los vendemos en el taller y en algunas librerías. También vamos a todas las ferias y hacemos envíos por mail. Tenemos algunas incapacidades técnicas, hay librerías que no nos compran los libros porque no los consignamos, pero sería un despropósito consignar algo que vale 3 o 4 pesos. El excedente siempre es poco y eso se reparte entre los trabajadores.
–¿Cuánto gana un trabajador de Eloísa Cartonera?
–A veces ganamos muy poco y otras más, pero lo bancamos a morir porque sentimos que hay algo más, aparte del dinero. Esto es nuestro, viste, con el montón de esfuerzo y sus limitaciones. Capaz que en una semana buena vendemos 300 libros y en una mala no vendemos nada. 300 libros son mil pesos. Eso entre siete, sacá vos la cuenta. Hay semanas en las que tenés que pagar el alquiler, la luz. Ahí te querés matar.
–¿Todo proyecto tiene su desplazamiento y su final?
–Algo que nos falta hacer es dar talleres en el barrio, tener una política más orgánica, abrir las puertas a la comunidad de una manera más explícita.
–¿No crees que lo comunitario y lo social están de moda en Latinoamérica?
–En mi país, la gente apenas tiene derecho a la educación. ¿Y quién genera cultura? El estado no lo hace, no aporta en ese sentido: es privatista, súper capitalista, corrupto. Es una necesidad que surge de la misma realidad social, no es algo que yo invento porque de golpe soy Eva Perón y quiero ser comunitaria. Sí, hay muchos, pero no creo que esté de moda, creo que va surgiendo como una necesidad y me parece que está bien que la gente se organice y trate de hacer cosas. En Argentina hay muchos y muy variados proyectos comunitarios, radios, talleres, comedores, televisoras, revistas, y casi todas están fuera del Estado. Nosotros somos autogestionados, pero no sé si haya otra cosa así en Latinoamérica. Somos extraños, sin duda, gente rara, hacemos algo medio delirante. Decimos que somos unos loosers, pero lo decimos con cariño. Y viste, lo que hacemos nosotros es un trabajo, es nuestro trabajo. No somos un proyecto artístico ni vamos a darle la merienda a los hijos de los cartoneros, generamos mano de obra.
-¿Y cruzan de verdad los cartoneros ideas con los artistas?
–Los cartoneros no cruzan ninguna idea, es muy complejo, tienen un trabajo que es rejodido. Estos chabones están todo el día pateando. Imaginá que viven en la provincia, salen de la casa en la mañana, tienen que tomar un tren de una hora, llegar a Constitución (la estación de tren), allí se van a un galpón donde tienen que subir por las escaleras y bajar un carro, de fierro, y después a patear, a patear, hasta que consiguen lo suficiente. Después vuelven a Constitución y le venden el cartón a un chanta que les paga 30 centavos el kilo, eso son como 500 bolívares. El chabón después de que vende eso tiene que subir diez pisos por escaleras para devolver el carro, y viajar una hora de regreso hasta su casa. Caminar todo el día para ganarse 25 pesos; un litro de leche sale en 3 pesos; un kilo de carne cuesta 12 pesos; un kilo de papa, 8. Entonces, ¿es o no es una realidad social?
2 comentarios:
Eloisa es como un fantasma que va naciendo oculto entre la niebla que asciende del rio con olor a amor.
Upa. Y todo eso fue estando desnudos, supongo.
Gracias por comentar.
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